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((**Es1.262**) dio las gracias a todos diciendo: -Devolviéndome el dinero, me evitáis la ruina. Os lo agradezco de corazón. Guardaré de vosotros grata memoria. Pero, en la vida me volveré a desafiar con un estudiante. Testigo de este desafío fue el campanero de la catedral, Domingo Pogliano, el cual contaba el hecho a sus familiares, y amigos y afirmaba que Juan saltó el canal con tanta limpieza, que parecía llevado por un ángel. Nosotros, que en 1885 hemos visto a don Bosco jugar maravillosamente con una varita, fácilmente nos persuadimos de que no hay exageración en el relato. Juan continuó, mientras fue seglar, sirviéndose de su habilidad para introducirse en los grupos de muchachos, condiscípulos o conocidos, cuando temía que brotase una conversación poco decente. Empezaba llamdno su atención con palabras de cortesía y proponiéndoles algún juego original. Y ya les desafiaba a recoger del suelo una moneda con el dedo meñique y el índice ((**It1.316**)) de la misma mano; ya a hacer el arco con el cuerpo, echándose para atrás hasta tocar el suelo con la cabeza y sin mover los pies; ya, juntando bien los pies, inclinarse y besar el suelo sin apoyarse con las manos. Y, mientras los que habían aceptado el desafío hacían las pruebas, los compañeros reventaban de risa contemplando sus contorsiones, sus esfuerzos inútiles, sus porrazos y caídas por el suelo; y, ocupados en esto, no pensaban en el tema de sus primeras conversaciones, y no se separaban de Juan sin haber recibido un buen pensamiento. Al leer estas páginas y ver al joven Bosco tan hábil en los juegos, tan pronto al desafío, tan atrevido en medio de la multitud, en fin, hecho un cabecilla de los estudiantes, alguien se figurará que tenía un aire desenvuelto, un hacer desvergonzado. Pues no era así. Hemos oído a ejemplares sacerdotes condiscípulos suyos, que de joven tenía el mismo porte que siendo sacerdote a los setenta años: amable, con cierta gravedad, reservado en el trato y en las maneras, parco en palabras. Algunos de ellos, que iban a visitarle al Oratorio después de años y años, exclamaban al salir de su habitación: -Es siempre el mismo, el de antaño cuando estábamos en Chieri. -Esto dijo, entre otros, el padre Eugenio Nicco de los Menores Observantes. Sin embargo, se le oyó repetir a don Bosco muchas veces: -Hasta entrar en el convictorio de San Francisco de Asís, no encontré nunca una persona que se preocupara de mi alma. Hice por mi cuenta lo que me parecía mejor; pero me parece que, de haber contado con un asiduo y cuidadoso director, hubiese podido hacer más de lo que hice. (**Es1.262**))
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