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la religión y se reuniesen en corrompidas
asambleas. Austria y Rusia
estaban dispuestas a declarar la guerra a Francia;
pero Lord Palmerston, protector descarado de todo
enemigo y ofensor del Papa,aprobó lo hecho por
Francia, intimó al Pontífice a que realizase
reformas y, luego, guardó silencio reservándose
para otro momento la franca protección a los
rebeldes en Italia. De esta manera, las dos
potencias no se movieron, al ver la actitud hostil
de Inglaterra. Francia, dejando de lado sus
desafueros, se conformó con ser solamente la
defensora y no la dueña de la ciudad, hasta que
retiró sus tropas el 3 de diciembre de 1838,
cuando los austríacos abandonaron el territorio
pontificio.
En 1831, José Mazzini, tras haber fundado una
secta llamada
Joven Italia, comprometía a sus adeptos, con
terrible juramento secreto, a declarar la guerra
contra toda religión positiva y especialmente
contra el Romano Pontífice, a quien pretendía
despojar de su estado en nombre de la unidad de
Italia y luego, si todo salía bien, quitarlo de en
medio, si no se sometía a las leyes que se le
impusieren. En pocos meses la secta ((**It1.11**)) se
extendió a varias provincias de Italia. Y Mazzini,
que tenía siempre buen cuidado de no arriesgar la
vida, condenaba sin compasión a muerte a los
sectarios que no obedecían sus órdenes. En 1833
decidió que entraran algunos miles de sectarios en
Saboya, para ganarse a las milicias piamontesas y
amenazar con éstas a Austria, mientras el ejército
napolitano, rebelado, debía avanzar hacia Roma,
apoderarse de los bienes del clero y de los nobles
y proclamar a Italia una y libre. Pero en Napoles
la policía descubrió y castigó a los conjurados;
en el Piamonte fué apresado un centenar, mientras
otros doscientos lograron escapar y doce fueron
pasados por las armas; y en 1834 doscientos
seguidores de Mazzini, que se habían infiltrado en
Saboya al mando del general Ramorino, viendo que
nadie se les unía, se apresuraron a volver a Suiza
sin esperar a los soldados del rey.
Las sectas siguieron tramando conjuraciones,
con tumultos y homicidios, para aniquilar la
soberanía del Papa, en 1837, 1841, 1843,
1844 y 1845. El furioso sectario Ricciardi, en su
libro los Mártires
de Cosenza, escribía claramente que su objeto era
llegar a Roma para aniquilar el Pontificado,
íantro de impostura y de infamia, que aflige y
apesta la tierra hace más de dieciocho siglos! 1
Pero las tropas se mantuvieron fieles y la policía
en guardia.
Frustrados tantos conatos, se vió con evidencia
que, sin un ejército
1 RICCIARDI, Storia d'Italia dal 1850 al 1900,
c. 19, pág. 33. París, 1842. (**Es1.26**))
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