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Más aún, te lo aseguro: si decides ser sacerdote
secular y por desgracia llegaras a ser rico, no
iré a verte ni una vez. íRecuérdalo bien!
A los setenta años y pico recordaba don Bosco
el aspecto severo que tomó su madre al pronunciar
estas palabras, y aún resonaba en sus oídos el
tono vibrante de su voz; y al repetir estas
enérgicas expresiones, tan cristianas, se conmovía
hasta saltarle las lágrimas.
Pero el Señor, que veía la sinceridad del
corazón de Margarita, hizo que no tuviera que
separarse de su hijo y que Juan contara con su
ayuda generosa en la fundación del Oratorio de San
Francisco de Sales.
Entretanto, nadie sospechaba en Chieri lo más
mínimo de lo que Juan estaba proyectando. Era
siempre el mismo. Su entrega total a los estudios,
su generosidad y afabilidad continua con los
compañeros hacía suponer que llevaba una vida
ajena a toda angustia. Y sin embargo no hubo otro
año como aquél de humanidades que le ocasionara
mayores preocupaciones y sacrificios, por la
incertidumbre del porvenir y la falta de medios
materiales. ((**It1.297**)) Tenía
que arreglárselas con las exiguas retribuciones
que no todos los alumnos le daban por sus repasos
y lo poco que le llevaba su madre para vestirse,
procurarse la mayor parte de su alimentación y
proveerse de lo necesario para la clase. Y la
buena Margarita, cuando no tenía lo necesario para
el hijo, recurría a personas caritativas
pidiéndoles dinero prestado o su ayuda con trigo u
otra cosa. Don Juan Turchi recuerda que su padre
decía alguna vez haber contribuido también él a
esta obra de caridad. <>, dice Salomón 1; y Juan,
resignándose alegremente a la voluntad de Dios,
que todo lo dispone para bien de quien le ama,
disimulaba sus privaciones, que le obligaban a
ayunos más rigurosos de los mandados por la
Iglesia.
Un día de vacaciones pensó comer como hacía
tiempo no lo había hecho. Se hizo con cierta
cantidad de higos, fue a comprar un grueso pan de
munición. Mientras volvía a casa, se encontró con
un grupo de compañeros que jugaban a las bochas en
la plaza de San Antonio, y se paró a verlos.
Empezó entretanto, sin darse cuenta a mordisquear
el pan y, distraído con el juego y otros
pensamientos, acabó por comérselo del todo. Al
terminar el juego, se acordó de que en casa le
aguardaban los higos; mas al disponerse a volver,
se extrañó de no tener el pan. Busca por aquí,
busca por allá; pregunta a los compañeros; imagina
que se lo han escondido en broma. Uno
1 Prov., XII, 21.
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