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nuevo que su resuelta intención era continuar los
estudios. Aprendió también en aquel negocio a
cocinar: así se iba preparando con los
conocimientos necesarios para administrar un día
un pobre hogar de caridad.
A pesar de aquellas ocupaciones tan diversas
nunca descuidó las prácticas de piedad diarias. El
mismo señor José Pianta, el 10 de mayo de 1888
afirmaba a don Bonetti, a don Berto y a don
Francesia, en una habitación de la casa salesiana
de Chieri: <((**It1.291**)) y me lo
encontraba por la mañana con la luz encendida
leyendo y estudiando>>. Se dice que fue durante
aquellas noches, cuando aprendió de memoria
pasajes de Dante y de Virgilio.
Era él la admiración de todo el vecindario. La
señora Clotilde Vergnano, hija del propietario de
la casa, decía en el 1889, que ella, que era
jovencita, no le vio nunca ocioso o jugando en el
patio con los demás muchachos del vecindario: que,
a veces, se encontraba con él por la escalera,
cuando subía agua al buen sacerdote don Arnaud, y
que nunca le vio alzar los ojos y mirarle al
rostro; que al fin se enteró de que el mismo don
Arnaud, testigo de la vida retirada y edificante
del joven, escribió después al párroco de
Castelnuovo, para que viera de colocarle en un
lugar más cómodo y seguro.
El señor José Blanchard confirmó que, durante
el tiempo que Juan vivió en casa de José Pianta,
nunca se le vio tomar parte en las alegres y
bulliciosas diversiones en las que también él,
jovencito entonces, se entretenía con sus hermanos
y amigos, a pesar de los consejos que le daban al
volver de clase. Aunque Juan amaba a los muchachos
y se entretenía de buena gana con ellos, seguía
infaliblemente la máxima: <>. 1 Era ordenado en todas sus acciones y
no se apartaba de la regla que se había
establecido. Tenía señalado el tiempo para las
reuniones de la Sociedad de la Alegría, para dar
repaso a los compañeros que reclamaban su ayuda,
para atender a las faenas de sus huéspedes, el
tiempo dedicado a la oración, a la iglesia, a los
Sacramentos. ((**It1.292**))
Hasta para el recreo tenía su tiempo; pero he
aquí como. Nos lo cuenta el canónigo José Caselle,
que estaba entonces a pensión con otros seis o
siete muchachos en casa de un buen sacerdote de
Chieri,
1 Eclesiastés, III, 1.
(**Es1.244**))
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