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en una ((**It1.289**)) viña,
un poco lejos de la ciudad. Juan pidió y se le dio
palabra de que le dejarían libre los sábados por
la tarde, para ir a la iglesia a confesarse. Es
esto una prueba más de la heroica fortaleza de
Juan, sometiéndose a tantas molestias para llegar
al sacerdocio. Fue este el año en que debió
soportar las mayores privaciones hasta en su pobre
y escaso sustento. Se dice que el señor Ceppi,
comerciante de hierros en Chieri, habló con Pianta
para que se diera prisa en hospedar a Juan. Sea
como fuere la cosa, pronto entró en casa del
primo, para hacer de vigilante por la noche y
ocuparse en varias tareas domésticas. No recibía
paga alguna, pero tenía el tiempo necesario para
estudiar. El primo le daba hospedaje y la menestra
de balde. La madre, según su costumbre, le proveía
de pan y otros comestibles. Un estrecho hueco,
sobre un pequeño horno en el que se cocían los
pasteles y al que subia por una escalerilla, era
su cuarto para dormir; a poco que se estirara en
la pequeña cama, los pies quedaban fuera del
jergón y hasta del mismo hueco.
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Cuando el amo le encargaba de anotar los tantos
de los jugadores del billar, él iba a la sala
leyendo un libro. Cuando soltaban una blasfemia o
entablaban una conversación menos limpia, se ponía
tan serio que los jugadores enmudecían. Con todo a
veces, no conforme con desaprobar en silencio, se
valía de la palabra y corregía con caridad y
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eficacia a los que habían faltado. Por esto,
algunos de aquellos jaraneros, al no poder hablar
tan libremente como se les antojaba, pidieron a
Pianta no mandara más a Juan para apuntar los
tantos del juego, porque, decían, les infundía
respeto y se sentían cohibidos. Algunas veces
exclamaban enfadados: -íQuitad a este muchacho de
aqui!
Al acabar los deberes de su cargo, Juan
estudiaba y cumplía con diligencia sus trabajos
escolares, dedicando el tiempo libre a leer
clásicos italianos o latinos, y a preparar licores
y pastas. Al cabo de medio año estaba en grado de
preparar café, chocolate y sabía las normas y
proporciones para hacer toda clase de dulces,
pastas, licores, helados y refrescos; tanto. que
el amo, considerando la utilidad que podría
proporcionar al negocio, le hizo ventajosos
ofrecimientos para que, dejando de lado toda otra
ocupación, se diera por completo a aquel oficio.
Pero Juan, que hacía aquellos trabajos únicamente
por distraerse y por recreo, rehusó decididamente,
protestando de
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