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Había frecuentado en Chieri el convento de los
franciscanos, y algunos padres, que conocían las
raras cualidades de ciencia y de piedad de que
estaba dotado, le habían invitado a entrar en su
orden, asegurándole que le dispensarían de
entregar la suma prescrita para ingresar en el
noviciado. La proposición había apaciguado sus
perplejidades, tanto más que hallándose preocupado
por la pensión que debería pagar en el seminario,
todo otro camino le parecía cerrado. Margarita su
madre, lo había dejado siempre en libertad para
elegir estado. Nunca le había hablado sobre el
porvenir, nunca había hecho cálculos de una vida
más cómoda a su costa, nunca había mostrado el
menor deseo de quererle en casa consigo o de vivir
con él, cuando fuera sacerdote. Si Juan le
preguntaba qué pensaba sobre este punto, qué
deseaba por su parte, ella invariablemente
respondía: -íYo no espero de ti más que tu eterna
salvación! -Juan, ((**It1.288**)) aunque
la veía tranquila, no creyó fuera oportuno todavía
manifestarle su designio; ya fuera porque
consideraba el sacrificio que le iba a costar
aquella separación, ya fuera también porque no era
cosa que iba a poner por obra en seguida. Para ser
admitido en los franciscanos era necesario pasar
un examen, al que debían preceder unos meses de
preparación. Con todo eso, pensó en adquirir los
documentos que le eran necesarios, y los pidió a
su párroco; el cual satisfizo su deseo, pero al
dárselos como era natural, don Dassano le preguntó
para qué los quería, y Juan no le ocultó la
resolución que había tomado.
Entretanto, había llegado el tiempo de volver a
Chieri. Como la señora Lucía Matta había levantado
su casa en la ciudad, por haber terminado su hijo
los estudios de gimnasio, había que encontrarle a
Juan una nueva pensión. José Pianta, primo y amigo
de la familia Bosco, de la misma aldea de
Morialdo, había determinado trasladarse aquel año
a Chieri para abrir una cafetería. Margarita
aprovechó la oportunidad y le rogó aceptase a Juan
en su casa, y Pianta propuso al muchacho el empleo
de mozo de café en su establecimiento. Juan
aceptó; porque así estaría más cerca de su
profesor don Banaudi, con quien sostenía buena
amistad. Pero parece que a la llegada de Juan a la
ciudad, Pianta aún no había terminado de arreglar
sus preparativos y no se había acomodado todavía
en la nueva casa. Si nos atenemos a las relaciones
hechas por los viejos del lugar a don Segundo
Marchisio y a las noticias que adquirió el
profesor don Juan Turchi, parece que nuestro Juan
se hospedó por algún tiempo en casa de un tal
Cavalli, que le dejó un rincón de la cuadra para
dormir, con la obligación de cuidarse de un
borrico y hacer algunos trabajos
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