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de cirio pascual y sobre el campanario de la
parroquia: si no es así, la gente no unirá su
fuerza brutal a la nuestra. Cuando de buena gana,
el párroco junte así las cosas y lo proclame desde
el altar, la victoria es segura. Baste recordar a
los españoles durante la guerra de la
independencia. Cristo en el asta de la bandera por
delante, el Evangelio en las manos del cura: y
detrás aguas envenenadas, emboscadas de toda
clase, trampas disimuladas donde caiga el enemigo,
pueblos responsabilizados por no haberlos
incendiado y haberse retirado, alambradas para
detener la caballería, destrucción de puentes y
caminos, barricadas por las ciudades, aceite y
agua hirviendo, tizones encendidos, ceniza
arrojada por las ventanas, todas las pestilencias
infernales que se pueden sacar del averno,
inventar otras nuevas, superar, si se puede, la
sagacidad de Plutón>>.
Pese a una atenta vigilancia, estas doctrinas y
excitaciones empezaban a divulgarse y abrirse paso
entre el pueblo, entre la ardorosa juventud de más
talento y hasta en el ejército. Algunos, convictos
en juicio de haber tomado parte, fueron condenados
a penas durísimas; en 1833 el consejo de guerra de
Turín dictaba sentencia de muerte contra los
abogados Scovazzi y Cariolo ((**It1.283**)) de
Saluzzo, culpables de insubordinación y de excitar
a formar parte en sociedades subversivas contra el
Gobierno, y además contra seis militares acusados
de alta traición; también en Chambery dictaron en
el mismo año penas capitales; el médico Rufini,
arrestado en Génova, se suicidaba en la cárcel, se
derramaba sangre en Alessandria y en otras
ciudades de Piamonte. Estas condenas no acabaron
con las sociedades secretas; sólo las hicieron ser
más precavidas en sus operaciones y en concertar
más tarde nuevas y más audaces revueltas. Como
campo de sus operaciones contra la Iglesia, habían
establecido el Piamonte.
El Gobierno trataba de precaverse, pero la
fuerza material no bastaba. Profesaba además la
equivocación del cesarismo. Cómo pretender respeto
a la propia autoridad, cuando no se profesa
sumisión a la más sublime de las autoridades, a
Jesucristo representado por su Iglesia?
En el 1832, a propuesta del rey Carlos Alberto
se había instituido, por letras pontificias, una
delegación apostólica o Consejo de Obispos, para
reorganizar los asuntos religiosos en Piamonte.
Totalmente de acuerdo y con la ayuda del rey, los
obispos fundaron la célebre Academia de Superga,
en la cual se debían formar en los altos estudios
de religión los más selectos ingenios de los
sacerdotes ya laureados en teología y en leyes:
reorganizaron las provincias de las órdenes
religiosas y cerraron algunos conventos donde se
había relajado
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