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constante ejemplar conducta. Juan Bautista Matta,
ya mayor, montó una droguería en Castelnuovo de
Asti, su patria, donde fue alcalde muchos años, y
en 1869 matriculaba a un hijito suyo en el
Oratorio de Turín, donde permaneció durante tres
años. Don Bosco le invitaba siempre a comer con
él, y le tenía tantas atenciones, que causaba
admiración a los que ignoraban la causa de tal
preferencia. Era una prueba de la perenne gratitud
que conservaba todavía viva hacia aquella familia.
De vuelta a Susambrino se encontró Juan con que
el matrimonio de su hermano José había
proporcionado a su madre Margarita una buena
compañera, que le dispensaba las mismas atenciones
que ella había tenido con la abuela. Juan pasaba
gran parte de su tiempo en I Becchi, donde reunía
en los días festivos a los muchachos de la aldea
para enseñarles catecismo, a leer y escribir, sin
exigirles más recompensa que el que se acercaran a
los santos sacramentos una vez al mes. Aquí vemos
nosotros los comienzos de las clases dominicales y
nocturnas para los pobres hijos del pueblo que se
añadieron al oratorio festivo. En cambio durante
la semana, dedicaba largo tiempo ((**It1.280**)) al
estudio de los autores clásicos. Y se ocupaba en
hacer muebles para las necesidades de la casa.
Hemos visto con nuestros propios ojos una mesa y
alguna banqueta fabricadas por él, que todavía
existen. Sacaba también provecho del oficio de
zapatero, que había aprendido aquel año en Chieri;
y aunque no hacía zapatos finos, sabía remendarlos
cuando se estropeaban y dejarlos como nuevos.
Estas industrias suyas inspiradas ciertamente por
la pobreza, le proporcionaron abundantes ahorros.
En su pequeño taller se añadió la mesita del
zapatero al horno del herrero, a la mesa del
sastre, y al banco del carpintero.
Aquellas vacaciones quedaron señaladas con un
solemne acontecimiento. El piadoso clérigo José
Cafasso, tras unos ejercicios espirituales en la
casa rectoral de Moncucco, bajo la dirección del
cura párroco, canónigo Cottino, fue ordenado
sacerdote el sábado de las cuatro témporas de
otoño, 21 de septiembre, y al día siguiente
celebraba su primera misa en Castelnuovo de Asti
entre el júbilo y las fiestas de sus paisanos.
Juan debió llorar de santa envidia al verle subir
al altar; tanto más cuanto que hacía años deseaba
ser su amigo, pero siempre nacían nuevos
obstáculos que le mantenían lejos de él. Al
terminar el santo sacrificio se le acercó para
besar por vez primera su mano consagrada, y creo
yo que una mirada afectuosa del nuevo sacerdote le
hizo conocer que su deseo había sido escuchado y
que en él encontraría un padre, un amigo, un
consejero, un constante
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