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le preguntó a qué volvía; y al oír que ya había
aprendido la lección, no quiso desde luego creerle
y trataba de decirle adiós, pero como Juan
insistiese respetuosamente, le permitió que
recitara las largas páginas, lo que hizo Juan
desenvueltamente y sin equivocarse en un solo
período. Don Dassano, maravillosamente
sorprendido, fijó en él un instante su mirada:
-Pues bien, le dijo, te daré clase, y si te gusta,
cuidarás de mi caballo y me lo tendrás siempre
limpio. -El coadjutor, que estaba presente,
añadió: -Yo le daré la clase;íespero mucho de este
muchacho! -Así las cosas, salía Juan de casa
puntualmente cada mañana, asistía a la clase que
le daba aquel buen sacerdote, muy instruido en
literatura latina e italiana, y tenía en orden la
cuadra, según se había comprometido. Tampoco aquí
sabía estar ocioso un momento. Si el amo no
necesita enganchar el caballo al coche, se lo
llevaba él de paseo; y cuando llegaba a los
caminos solitarios, fuera del pueblo, lo espoleaba
a galopar, y, corriendo a su lado, saltaba a su
grupa y con maravillosa agilidad poníase en pie
sobre el lomo, mientras el caballo seguía su
carrera. Era éste su único recreo. Lo restante del
tiempo lo dedicaba al estudio, a ((**It1.274**)) los
entretenimientos de los días festivos, unas veces
en Susambrino, otras en I Becchi, y a las
prácticas de piedad. <>. De suerte que se
le pueden aplicar las palabras de los Proverbios:
<> 1
1 Prov., XXII, 1.
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