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llevaba a confesarse a dicha iglesia, atendida por
diez canónigos, entre los cuales estaba también su
confesor. ((**It1.269**))
Su virtud ejercía un ascendiente irresistible
en los corazones. Su templanza en el comer y
beber, la mortificación de sus sentidos,
especialmente de los ojos, era tal, que se le
señalaba como modelo de moderación y de pureza.
Las madres prudentes y religiosas de Chieri, como
antes las de Morialdo y Castelnuovo, deseaban
ardientemente que sus hijos frecuentaran su
compañía; y los que iban con él se hacían cada vez
más obedientes y respetuosos con sus padres. Los
estudios y las ocupaciones no impedían a Juan que
recordara a su familia, con la que estaba
constantemente su afectuoso pensamiento. No
guardaba el menor resentimiento con Antonio, que
aquel año contrajo matrimonio. Alimentaba por él
un sincero afecto, que conservó durante toda su
vida. Hemos dicho que soñaba muchas veces. Entre
otras, una vez sonó que su hermano Antonio,
haciendo el pan en la granja de Madama Damerino,
junto a su casa, fue acometido por la fiebre, y
que, encontrándolo por el camino y preguntándole
qué tenía, le había respondido: -Me ha entrado la
fiebre hace un momento; no puedo tenerme en pie,
tengo que ir a descansar. -Por la manaña contó el
sueño a los compañeros, los cuales dijeron en
seguida: -Pues puedes estar seguro de que así ha
sucedido. -Y así fue. Por la tarde llegó a Chieri
José y Juan le preguntó en seguida: -Está mejor
Antonio? - Extrañado, José le respondió: -Pero
sabes que está enfermo?
-Sí, lo sé, contestó Juan.
-Me imagino que no es nada, añadió José; le
entró la fiebre mientras hacía el pan en casa de
Madama Damerino; pero ya está bastante mejor.
Sin dar importancia a este sueño, hemos de
hacer notar cómo se manifiestan en él los
sentimientos más íntimos de su corazón, que lo
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impulsaron a favorecer a la familia del
hermanastro apenas pudo, como atestigua don Miguel
Rúa.
Margarita iba con frecuencia a Chieri, llevando
en una cesta pan de trigo y hogazas de maíz como
obsequio para su hijo. Alguna vez le seguía
Bracco. El pobre animal hacía mil fiestas a su
amo; y cuando Margarita se disponía a partir,
buscaba cómo esconderse para quedarse con Juan.
-Mira, le decía entonces Margarita a su hijo, mira
qué fiel, qué obediente, qué cariñoso y sumiso es
este perro con su amo. Si nosotros tuviéramos la
mitad de esa sumisión y amor a Dios, ícuánto mejor
irían las cosas del mundo y cuánta gloria
recibiría el Señor!
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