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obligaban a buscar libros, introducir
conversaciones y buscar juegos que pudieran
contribuir a estar alegres; por el contrario,
estaba prohibido cuanto ocasionara disgusto, y
especialmente todo lo que no fuera conforme a la
ley del Señor. Así, el que blasfemara o nombrase
el nombre de Dios en vano, o sostuviera malas
conversaciones, era despedido inmediatamente de la
sociedad como indigno de pertenecer a ella. Juan
estaba al frente de aquel grupo de muchachos. De
común acuerdo, se establecieron como base de la
querida sociedad estos dos artículos: 1 ) Los
miembros de la Sociedad de la Alegria deben evitar
toda conversación, todo acto que desdiga de un
buen cristiano. 2) Exactitud en el cumplimiento de
los deberes escolares y de los deberes religiosos.
Entre los que componían la Sociedad de la
Alegria, Juan pudo contar con algunos
verdaderamente ejemplares. Merecen nombrarse
Guillermo Garigliano de Poirino y Pablo Braja de
Chieri. Este había nacido en Chieri el 17 de junio
de 1820, y eran sus padres Felipe Braja y Catalina
Cafasso ((**It1.262**)) de
Brusasco. En su niñez había sido educado en casa
bajo el amoroso cuidado de su tío paterno el
canónigo Jacinto Braja. Más tarde acudió a las
escuelas municipales, en las cuales fue muy
apreciado por los superiores y maestros y modelo
acabado de estudio y piedad para los compañeros.
Poseía una memoria e inteligencia nada comunes,
unidas a una prudencia superior a sus años. A los
diez manifestaba el deseo de dedicarse a los
estudios para seguir la carrera sacerdotal. Se
deleitaba repitiendo los sermones que había oído.
Un día, animado por parientes y amigos, se preparó
un discurso y en una reunión a la que asistió
mucha gente, subió a un púlpito preparado al
efecto, y lo declamó con tanta gracia, como para
tomarle por un provecto orador, provocando la
admiración y el aplauso de los presentes al acto.
Recomendaba muchas veces a los amigos y parientes
que evitaran el lujo y la moda, diciendo que en
esto insistía mucho el arcipreste Fosco, afirmando
que el lujo es un lazo del demonio. Aplicaba con
mucha oportunidad lo que había oído, sirviéndose
de ello para aconsejar a los amigos, y en muchas
ocasiones era modelo del caritativo consolador de
los afligidos.
Escribe don Bosco: <(**Es1.222**))
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