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((**Es1.221**) los que Juan no hacía el menor caso, y seguía tratándoles con la bondad de siempre. Su amabilidad fue ganando la confianza de aquéllos que, como suele suceder, ((**It1.260**)) eran los más descuidados en sus deberes, y empezaron a acudir a él, rogándole por camaradería les prestara o les dictara un tema escolar. Cumplíanse en él aquellas palabras: <>. 1 Juan condescendía; pero la cosa desagradó al profesor, el cual se lo prohibió severamente, ya que su falsa benevolencia fomentaba la pereza de los otros. Esta justa prohibición contrariaba el afecto de Juan a sus condiscípulos. Sucedió un día que sus compañeros de pensión, sea por no saber, sea por no poder hacer el trabajo de clase, le rogaron les prestase el suyo. Juan, que no quería desobedecer al maestro y por otra parte no podía sufrir que sus compañeros, si iban a clase sin la tarea hecha fueran castigados, ideó una estratagema: dejó su trabajo abierto sobre la mesa y se retiró. Los compañeros, aprovechando tan propicia ocasión, se echaron sobre el trabajo y, a toda prisa, lo copiaron. Llegada la hora de clase, cada cual presentó su tarea al maestro, el cual empezó a leer y quedó muy contrariado al confrontar unos trabajos con otros, y darse cuenta de que todos eran completamente iguales. Sospechó naturalmente de Juan, el cual afirmó, al ser preguntado, que no había fallado a sus órdenes y añadió que, habiendo dejado su escrito sobre la mesa, era posible que lo hubieran copiado. El maestro, sabedor de su índole lo comprendió todo y no pudo menos de admirar su obediencia, la bondad de su corazón y la astucia empleada. Al acabar la clase, le dijo: -No me disgusta lo que has hecho; pero no lo hagas otra vez ((**It1.261**)). -El maestro entendía muy bien cómo Juan trataba de atraer al bien a aquellos compañeros con su caridad industriosa, servicial y dispuesta al sacrificio. Entonces Juan adoptó otro medio más provechoso, como fue el de explicar a los compañeros las dificultades que encontraban y ayudarles a resolverlas. Así agradaba a todos y se ganaba su benevolencia, su afecto y su estima. Ellos empezaron a ir con él para divertirse, después para escuchar sus narraciones, más tarde para hacer los deberes de clase; finalmente acudían a él aun sin motivo, como lo habían hecho los compañeros de Morialdo y de Castelnuovo. Para dar un nombre a aquellas reuniones solían llamarlas Sociedad de la Alegria: resultaba un nombre muy apropiado, porque todos se 1 Eclesiástico, III, 19. (**Es1.221**))
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