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los que Juan no hacía el menor caso, y seguía
tratándoles con la bondad de siempre.
Su amabilidad fue ganando la confianza de
aquéllos que, como suele suceder, ((**It1.260**)) eran
los más descuidados en sus deberes, y empezaron a
acudir a él, rogándole por camaradería les
prestara o les dictara un tema escolar. Cumplíanse
en él aquellas palabras: <>. 1 Juan condescendía; pero la cosa
desagradó al profesor, el cual se lo prohibió
severamente, ya que su falsa benevolencia
fomentaba la pereza de los otros. Esta justa
prohibición contrariaba el afecto de Juan a sus
condiscípulos. Sucedió un día que sus compañeros
de pensión, sea por no saber, sea por no poder
hacer el trabajo de clase, le rogaron les prestase
el suyo. Juan, que no quería desobedecer al
maestro y por otra parte no podía sufrir que sus
compañeros, si iban a clase sin la tarea hecha
fueran castigados, ideó una estratagema: dejó su
trabajo abierto sobre la mesa y se retiró. Los
compañeros, aprovechando tan propicia ocasión, se
echaron sobre el trabajo y, a toda prisa, lo
copiaron. Llegada la hora de clase, cada cual
presentó su tarea al maestro, el cual empezó a
leer y quedó muy contrariado al confrontar unos
trabajos con otros, y darse cuenta de que todos
eran completamente iguales. Sospechó naturalmente
de Juan, el cual afirmó, al ser preguntado, que no
había fallado a sus órdenes y añadió que, habiendo
dejado su escrito sobre la mesa, era posible que
lo hubieran copiado. El maestro, sabedor de su
índole lo comprendió todo y no pudo menos de
admirar su obediencia, la bondad de su corazón y
la astucia empleada. Al acabar la clase, le dijo:
-No me disgusta lo que has hecho; pero no lo hagas
otra vez ((**It1.261**)). -El
maestro entendía muy bien cómo Juan trataba de
atraer al bien a aquellos compañeros con su
caridad industriosa, servicial y dispuesta al
sacrificio.
Entonces Juan adoptó otro medio más provechoso,
como fue el de explicar a los compañeros las
dificultades que encontraban y ayudarles a
resolverlas. Así agradaba a todos y se ganaba su
benevolencia, su afecto y su estima. Ellos
empezaron a ir con él para divertirse, después
para escuchar sus narraciones, más tarde para
hacer los deberes de clase; finalmente acudían a
él aun sin motivo, como lo habían hecho los
compañeros de Morialdo y de Castelnuovo. Para dar
un nombre a aquellas reuniones solían llamarlas
Sociedad de la Alegria: resultaba un nombre muy
apropiado, porque todos se
1 Eclesiástico, III, 19.
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