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de desgraciados, huyendo totalmente de su
compañía, tan pronto como los descubría. De
ordinario, les respondía que mi madre me había
confiado a mi patrona, y que, por el amor que yo
le tenía, no quería ir a ninguna parte ni hacer
nada sin su consentimiento>>.
Esta decidida obediencia a la buena Lucía fue
provechosa para Juan hasta materialmente; porque
ella, al verle tan diligente en todos los
servicios de la casa que, según lo concertado,
debía prestar, tan juicioso y dotado de tantas
otras buenas cualidades, y no pudiendo ella
atender como hubiera deseado a su propia familia,
por hallarse metida en multitud de negocios, le
encomendó con gran satisfacción suya a su propio y
único hijo, de carácter muy inquieto, amiguísimo
de pasatiempos y poquísimo de los libros;
encargándole además de que le repasara las
lecciones, aunque iba a una clase superior a la
suya. ((**It1.259**))
Juan se interesó por él como por un hermano.
Con las buenas maneras, con pequeños regalos, con
entretenimientos caseros y sobre todo llevándole a
las prácticas religiosas, le cambió en dócil,
obediente y estudioso, al extremo de que, después
de seis meses, el ligerillo muchacho se había
tornado bueno y diligente hasta contentar al
profesor y alcanzar puestos de honor en clase. La
patrona quedó contentísima, y, como premio,
perdonó a Juan la cuota mensual y le suministró de
balde la comida; de este modo Juan no tenía más
gastos que los de los libros y la ropa. Durante
dos largos años siguió prestando esta amorosa y
vigilante asistencia al jovencito. El criadillo se
había convertido en profesor de jóvenes
estudiantes: la divina Providencia le iba
preparando para otra rama de su múltiple futura
misión. En esta labor se ocupará durante todo el
tiempo de sus estudios, sin dejar de lado las que
ya Dios le había hecho aprender anteriormente. Su
actividad no conocía el descanso. Las horas que
los estudiantes suelen dedicar al recreo, él las
empleaba en trabajos manuales. Aprendió con gran
facilidad en un taller de carpinteros conocidos
suyos, próximo a su morada, a cepillar, escuadrar,
aserrar las maderas, a usar el martillo, el
escoplo, los taladros, de suerte que llegó a ser
un hábil constructor de muebles, toscos si se
quiere, pero indispensables para una habitación.
Unas veces trabajaba por cuenta propia, otras por
cuenta de sus bienhechores, nombre con el que
siempre llamó a los que le recibían como huésped.
Entretanto los compañeros, que trataban de
arrastrarle al desorden, al verse rechazados, no
dejaron de desahogar su despecho con sus
acostumbrados modales nada corteses y a veces
provocadores, de
(**Es1.220**))
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