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((**Es1.220**) de desgraciados, huyendo totalmente de su compañía, tan pronto como los descubría. De ordinario, les respondía que mi madre me había confiado a mi patrona, y que, por el amor que yo le tenía, no quería ir a ninguna parte ni hacer nada sin su consentimiento>>. Esta decidida obediencia a la buena Lucía fue provechosa para Juan hasta materialmente; porque ella, al verle tan diligente en todos los servicios de la casa que, según lo concertado, debía prestar, tan juicioso y dotado de tantas otras buenas cualidades, y no pudiendo ella atender como hubiera deseado a su propia familia, por hallarse metida en multitud de negocios, le encomendó con gran satisfacción suya a su propio y único hijo, de carácter muy inquieto, amiguísimo de pasatiempos y poquísimo de los libros; encargándole además de que le repasara las lecciones, aunque iba a una clase superior a la suya. ((**It1.259**)) Juan se interesó por él como por un hermano. Con las buenas maneras, con pequeños regalos, con entretenimientos caseros y sobre todo llevándole a las prácticas religiosas, le cambió en dócil, obediente y estudioso, al extremo de que, después de seis meses, el ligerillo muchacho se había tornado bueno y diligente hasta contentar al profesor y alcanzar puestos de honor en clase. La patrona quedó contentísima, y, como premio, perdonó a Juan la cuota mensual y le suministró de balde la comida; de este modo Juan no tenía más gastos que los de los libros y la ropa. Durante dos largos años siguió prestando esta amorosa y vigilante asistencia al jovencito. El criadillo se había convertido en profesor de jóvenes estudiantes: la divina Providencia le iba preparando para otra rama de su múltiple futura misión. En esta labor se ocupará durante todo el tiempo de sus estudios, sin dejar de lado las que ya Dios le había hecho aprender anteriormente. Su actividad no conocía el descanso. Las horas que los estudiantes suelen dedicar al recreo, él las empleaba en trabajos manuales. Aprendió con gran facilidad en un taller de carpinteros conocidos suyos, próximo a su morada, a cepillar, escuadrar, aserrar las maderas, a usar el martillo, el escoplo, los taladros, de suerte que llegó a ser un hábil constructor de muebles, toscos si se quiere, pero indispensables para una habitación. Unas veces trabajaba por cuenta propia, otras por cuenta de sus bienhechores, nombre con el que siempre llamó a los que le recibían como huésped. Entretanto los compañeros, que trataban de arrastrarle al desorden, al verse rechazados, no dejaron de desahogar su despecho con sus acostumbrados modales nada corteses y a veces provocadores, de (**Es1.220**))
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