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eran antes principados eclesiásticos
independientes, quedaban sometidos a soberanos
protestantes; el territorio del obispado de
Basilea se unía a Suiza; e Inglaterra arrebataba
la isla de Malta a la orden religiosa del mismo
nombre. Fue un vergonzoso reparto de botín. El
Papa protestó, inútilmente.
Entre tanto, en Italia las logias masónicas
divididas en dos partidos, instigaban unas a
Napoleón para fundar un reino itálico con
Roma como capital, y las otras incitaban a Joaquín
Murat, rey de
Nápoles, prometiéndole la conquista de la
península, con tal de que
arrebatase Roma al Papa: pero todas dispuestas a
traicionar al uno y
al otro, si les conviniere. Proyectos vanos.
Napoleón, desembarcado
en Francia, reinó solamente cien días, pues
ochocientos mil soldados de los aliados, después
de varias batallas, le derrotaron completamente en
Waterloo y, hecho prisionero de los ingleses, fue
desterrado a la isla de Santa Elena, donde moría
en 1823, después de un doloroso cautiverio, que
duró tanto cuanto la cautividad del Pío VII. Y
Joaquín Murat, que invadió los Estados Pontificios
con el propósito de hacer encarcelar al Papa en la
ciudadela de Gaeta, fue vencido por los
austríacos, expulsado de su reino y, finalmente,
fusilado el 13 de octubre de 1815, por haber
intentado recuperar el trono, desembarcando en
Calabria con escasos secuaces.
Parecía, finalmente, que Europa iba a disfrutar
de paz; pero el
dominio papal continuaba siendo objeto de
insidias. En 1816 el ministro austríaco
Metternich, favoreciendo y ayudando a algunos
amigos de su gobierno en las Legaciones, preparaba
tentativas de revueltas que le hicieron posible
apoderarse de aquellas provincias a la muerte de
Pío VII, uniéndolas primero a Toscana y, después,
al reino Lombardo Béneto. Fué el cardenal Consalvi
quien descubrió estas tramas y las desbarató,
avisando al embajador francés. ((**It1.6**))
En 1817, asesinos misteriosos apuñalaban acá y
allá, en los Estados Ponticios, a personas fieles
al gobierno. Las sociedades secretas de las Marcas
habían urdido una conjuración, resueltas a
someterse a cualquier príncipe extranjero, antes
que continuar bajo el Papa. Envenenamientos e
incendios eran frecuentes. Con crueles propósitos
se había ya señalado el momento de la sublevación,
cuando el levantamiento intempestivo de los de
Macerata descubrió a los conjurados, que cayeron
en gran número en manos de la gendarmería, y, por
el momento, todo volvió a la tranquilidad 1.
En 1820 todos los sectarios de Europa, animados
por el ejemplo
1 Sumario del proceso hasta el fin, etc.,
sentencia en la causa de Macerata. ANELLI, I
85.(**Es1.22**))
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