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siquiera que hubiese entrado en la habitación del
profesor, muy lejana de la casa donde Juan se
hospedaba. Entonces, qué?... Bosco lo confesó: -Lo
he soñado. -A causa de éstos y otros casos
similares, los compañeros de pensión le llamaban
el soñador.
Yo no opino sobre estos hechos, ni trato de
buscar la explicación. Una constante tradición los
conservó en el Oratorio. Preguntado don Bosco
sobre ellos no los negó; es más, él mismo nos
contaba muchos otros semejantes de incomparable
belleza. El historiador de la vida de don Bosco no
puede callarlos, porque sería lo mismo que
escribir la historia de Napoleón I, sin reseñar
ninguna de sus victorias. El nombre de don Bosco y
la palabra sueño son correlativos; y si estas
páginas los dejasen en olvido, se alzarían a
millares las voces de los antiguos alumnos
preguntando: -Y los sueños? -Y fue, en efecto,
cosa admirable que, durante sesenta años, se
repitiese en él este fenómeno casi continuamente.
Después de una jornada de pensamientos, proyectos
y trabajos, al caer su cansada cabeza sobre la
almohada, entraba por una nueva región de ideas y
de imágenes que le fatigaban hasta el amanecer.
Ningún otro hombre hubiera podido mantenerse sin
sufrir alguna alteración mental en este sucederse
de la vida de la imaginación ideal a la real; en
cambio, don Bosco se mantuvo siempre sereno y
dueño de todas sus acciones ((**It1.255**)).
Tengo presentes los avisos del Eclesiástico:
<>.1 Muy bien; pero también es verdad que la
vondad paterna del Señor en el Antiguo y en el
Nuevo Testamento y en el curso de la vida de
innumerables santos dio, por medio de los sueños,
fuerza, consejo, mandato, espíritu de profecía,
sentencias de amenzazas, de esperanza, de premio,
tanto a los individuos como a naciones enteras.
Pertenecen, acaso, a este género los sueños de don
Bosco? Lo repito: yo no adelanto juicios; hay
quien debe juzgar de ello. Solamente digo que la
vida de don Bosco es un tejido de hechos tan
maravillosos que no se puede dejar de reconocer la
asistencia divina, quedando por completo excluida
la idea de que él fuera un insensato, un iluso, un
vanidoso y un mentiroso. Los que vivieron a
1 Eclesiástico, XXXIV, 1-2, 5-8.
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