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pero todo esto, no porque él tuviera mejores
disposiciones de ánimo, sino por un portunista
cambio de política. Habiendo la Iglesia de Francia
adquirido de nuevo la libertad de culto, gracias a
la publicación del concordato, y habiéndose
levantado de sus inmensas ruinas bañadas en tanta
sangre, Pío VII va a París en 1804 y corona
Emperador de los franceses a Napoleón Bonaparte.
Napoleón, vencedor de casi toda Europa en
continuas guerras, de 1805 a 1810, va creciendo en
soberbia e intima al Papa a que renuncie al poder
temporal ((**It1.4**)) y al
derecho inalienable de la institución canónica de
los obispos. El Pontífice se resiste a las
amenazas y a los insultos del Emperador y de sus
ministros francmasones, por lo que Roma es
invadida por los franceses y los Estados
Pontificios son declarados provincias del Imperio.
Pío VII, llevado prisionero en 1809, primero a
Savona y luego a Fontainebleau, sufre durante
cinco años toda suerte de angustias morales,
enfermedades y privaciones.
Pero la justicia de Dios interviene para
quebrantar a sus enemigos. Napoleón, perdida la
mitad del ejército entre las nieves de Rusia,
asaltado en Francia por todas las potencias del
norte, se ve obligado
a descender del trono y aceptar como residencia la
pequeña isla de Elba, dejando en libertad a Pío
VII, que regresa triunfante a Roma el 15 de mayo
de 1814.
Y, de qué manera tratan de restablecer el
orden en los estados
sacudidos por la guerra las potencias europeas,
reunidas en Viena?
Según el espíritu sectario que las animaba. Se
llamaban a sí mismas
adalides del orden; pero eran, más o menos,
culpables de los mismos
errores en que había caído Napoleón, quién, en
algún caso, pudo considerarse mejor que ellas.
Efectivamente, el ministro inglés Pitt,
el emperador de Rusia y el rey de Prusia le
aconsejaron repetidas veces seguir el propósito de
José II de Austria y constituirse en único
Jefe Supremo de la Religión en Francia y en todos
los estados anexionados. Napoleón rechazó
noblemente tan pérfida propuesta.
Así que la Iglesia tuvo que sufrir, en nombre
del orden, injusticias innumerables: Austria
quería las tres Legaciones; Prusia insistía
para que pasaran al rey sajón, en compensación de
Sajonia que las
quería para sí; el embajador de Toscana proponía
que Bolonia, Ferrara y Rávena se entregaran a la
duquesa María Luisa, reina de Etruria. El Congreso
concluyó diciendo que Austria retuviese para sí
las tierras de Ferrara del otro lado del Po, con
derecho ((**It1.5**)) a
establecer guarniciones en Ferrara y en Comacchio.
La Iglesia perdía, además, la Polesina y Aviñón.
Todos los obispados germánicos, que
(**Es1.21**))
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