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Lucía, llamando a sus hermanos, con los cuales iba
Juan a entretenerse a menudo, le preguntó por qué
mostraba tanta alegría en su rostro. El repitió
que había tenido un hermoso sueño. Rogándole que
lo contara, dijo que había visto llegar a él una
gran Señora que guiaba un numerosísimo rebaño, la
cual se había dirigido hacia él y acercándosele y
llamándole por su nombre, le había dicho: -Mira,
Juanito: todo este rebaño te lo entrego a tus
cuidados. - Y, cómo me las arreglaré para guardar
tantas ovejas y tantos corderitos? Dónde hallaré
pastos para apacentarlos? - La Señora le
respondió: - No tengas miedo; yo estaré contigo. -
Y desapareció.
El mismo señor José Turco y la señora Lucía nos
narraron lo expuesto,
que está plenamente de acuerdo con unas líneas de
las memorias de Don Bosco, en las que se leen
estas sencillas palabras: A los dieciséis años
tuve otro sueño. Yo estoy seguro de que vio y supo
muchas más cosas de las que dijo para desahogar lo
que llenaba por completo su corazón; y este sueño
era una manifestación del premio que se había
merecido por su perseverante confianza. En efecto,
la asistencia de la Madre Celestial debía hacerse
patente aquel mismo año. ((**It1.245**))
Margarita, apenada porque el hijo hubiese
perdido ya tanto tiempo, tomó la resolución de
enviarlo a Chieri y matricularlo en las escuelas
públicas el próximo año. Con su acostumbrada
sonrisa le dio la alegre noticia y empezó a
prepararle el ajuar necesario. Pero Juan, dándose
cuenta de que la penuria familiar la ponía en
apuros, le dijo sin más: -Si a usted le parece,
tomo dos sacos y voy por nuestra aldea, de casa en
casa, a hacer una colecta. - Margarita consintió.
Resultaba un sacrificio muy duro para el amor
propio de Juan tener que implorar la caridad por
sí mismos; pero venció la repugnancia y se sometió
a la humillación. Eran los primeros pasos de un
camino difícil, que debería recorrer hasta su
último aliento. <>. 1 Por haber aceptado la humillación.
Dios lo ha
exaltado. Fue, por tanto, llamando de una en otra
a las puertas de
Morialdo donde era recibido como un hijo por las
madres y como un hermano por los jovencitos:
expuso la necesidad en que se encontraba y recogió
pan, queso, maíz y alguna hemina de trigo. Tan
corta provisión de víveres no podía bastar, por
cierto. Una mujer de la aldea de I Becchi, que
había llegado por aquellos días al pueblo,
deploraba enérgicamente en la plaza que el párroco
no encontrara
//1 Eclesiástico, III, 18.//
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