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pero, al llegar a casa, vio ante sus ojos al fiel
animal. Lleno de timidez, con la cabeza baja, como
quien reconoce una desobediencia, se
le acercó despacito moviendo la cola y parándose
de cuando en cuando. Juan no le sonrió como de
costumbre, sino que le dijo: -íBueno!; mira,
Bracco, ésta ya no es tu casa: así que yo no te
daré más de comer. -Entonces el perro fue a
agazaparse a un rincón y no se movió en mucho
rato. Unos días más tarde, llegaron los parientes
de Moncucco para volver a llevárselo; pero de
nuevo, al llegar a Moncucco, apenas quedó suelto,
tomó el camino de Susambrino. Juan lo recibió con
una vara en la mano; y el perro en vez de escapar,
fua a echarse a sus pies, y vuelto hacia él con
las patas en alto, parecía indicar que le pegara
si quería con tal de que no lo mandara más fuera.
Juan se conmovió ante aquella actitud y se lo
quedó.
Una grata noticia llegó, entretanto, a alegrar
la paz de aquellas
vacaciones. Un Breve Pontificio con fecha del doce
de agosto ((**It1.242**))
nombraba a monseñor Luis Fransoni, obispo de
Fossano, Administrador de la Archidiócesis de
Turín. Y un domingo del mes de septiembre oía Juan
leer desde el púlpito su primera carta pastoral,
en la cual se indicaba que los tiempos empezaban a
enturbiarse. En efecto, la autoridad civil
ordenaba, contra las disposiciones eclesiásticas,
que se celebrara una misa de difuntos por cierto
cirujano, que había muerto poco cristianamente en
Annecy, y prohibía a los jesuitas imprimir su
calendario, si en la fiesta de san Gregorio VII no
se ponían las lecciones del común en vez de las
propias, que se consideraban como lesivas de la
autoridad del príncipe. Sin saberlo, se favorecían
las intenciones de los sectarios, los cuales, con
la manía de acelerar el cumplimiento de sus
tenebrosos programas, en número de doscientos
habían intentado, en el mes de febrero, asaltar la
región de Saboya y fueron dispersados por las
tropas reales; y en el mes de abril la policía
arrestaba a los cómplices de una nueva conjuración
tramada por el abogado Angel Brofferio y otros. No
despertarían en el corazón de Juan simpatía de
suaves presentimientos aquella carta impregnada de
tristeza y el nombre de monseñor Fransoni que oía
por vez primera? Era el padre, al apoyo, el amigo
de confianza que el Señor le destinaba para
protegerle eficazmente en los primeros momentos de
la fundación de sus obras maravillosas. El uno
estaba hecho para el otro: el pastorcillo de I
Becchi tenía las mismas inclinaciones que el
nobilísimo señor de Génova. Este, aunque educado
en medio del lujo y las comodidades, no se había
hecho capuchino porque el marqués, su padre, le
había negado el consentimiento; pero, a los
veinticinco años recibió el hábito clerical y,
(**Es1.206**))
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