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se hizo un silencio general. Cuando Juan llegó
cerca de la punta del palo, que se bamboleaba
espantosamente por ser cada vez más delgado,
estallaron por todas partes frenéticos aplausos en
honor al vencedor. Y él, extendiendo la mano, tomó
la bolsa con las veinte liras, un salchichón y un
pañuelo, se los metió en el seno, y dejando los
demás premios de menor importancia para que se
pudiera continuar el juego, bajó rápidamente, se
mezcló con su botín entre la multitud alborozada
por la victoria y desapareció.
No fué esta la única vez que Juan logró ganar
premios como éste, que le resultaban de grandísima
ayuda para poder seguir manteniéndose en su
condición de estudiante necesitado.
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