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el escándalo de rebelarse contra Dios. El primero
en hundirse fue el
trono de Francia en 1793. Y, de todas las
impiedades y las muchas
infamias que se perpetraron en la república
francesa, los francmasones fueron convictos de
complicidad por los tribunales de la misma
Inglaterra protestante.
La tempestad que amenazaba a Europa no tardó en
precipitarse
sobre Italia, poque en ella estaba Roma. Durante
cuatro años, las
tropas sardo-austríacas impidieron al ejército
francés el paso de los
Alpes. En este tiempo, Carlos IV, rey de España,
que pretendía
Roma con los territorios de alrededor para su
yerno el duque de Parma; y Fernando IV, rey de
Nápoles, que quería para sí el Principado
de Benevento y de Pontecorvo, sin prever las
terribles consecuencias
de sus necios proyectos, iniciaron contectos con
el regicida y ateo
gobierno de Francia para obtener su
consentimiento. Entre tanto,
Francisco II, emperador de Austria, estaba
tramando cómo apoderarse de las tres Legaciones de
Bolonia, Ferrara y Rávena.
Pero en 1796, el general Bonaparte, tras
derrotar a los aliados
sardo-austríacos, penetraba en el Piamonte,
conquistaba Lombardía
y Venecia y, luego, Génova; quitaba al Papa las
tres Legaciones y la
Marca de Ancona; y, después de enviar sus
ejércitos ((**It1.3**)) a invadir
los
otros estados italianos, se dirigió a Egipto. El
Directorio mandó ocupar Roma en 1798 y la despojó
de todos sus tesoros y obras de arte,
como ya había hecho en las demás ciudades. Pío VI,
conducido prisionero a Valence, muere allí el
veintinueve de agosto, a la edad de
ochenta y dos años. <<íEs el último Papa!>>,
gritaban triunfantes los
sectarios; <<íRoma es nuestra!>>
Los pueblos italianos, ayudados por la flota
inglesa y por los ejércitos ruso y austríaco, se
levantan contra los opresores, los cuales,
arrojados de todas partes, sólo encuentran refugio
en Génova. El rey
de Nápoles entra en Roma con su ejército y ocupa
el patrimonio de
san Pedro, tomando posesión del mismo en nombre
del futuro pontífice, apenas fuese elegido, pero
con el propósito de no restituir
Terracina y Benevento. Los austríacos, sin
reconocer los derechos
del Papa, acuartelan sus tropas en las Legaciones,
en las Marcas y en
Umbría, estableciendo allí un gobierno propio.
Pero esta ocupación dura poco. El general
Bonaparte regresa improvisadamente de Egipto, se
hace proclamar primer Cónsul y, al
frente de un poderoso ejército, desciende por el
valle de Aosta hasta
el Piamonte, en 1800. Derrota a Austria en
Marengo, la obliga a devolver al nuevo Papa Pío
VII las provincias usurpadas y, al mismo
tiempo, exige a los napolitanos que abandonen
Terracina y Benevento;(**Es1.20**))
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