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sin darse por ofendido, insistió: el maestro
replicó cargando las tintas;
mas como Juan no cesaba de rogarle que hiciese
aquella prueba, le dijo al fin que escogiera la
tarea que más le gustase, pero añadiendo que él no
leería las barbaridades que pondría en su escrito.
Dictó a los alumnos de tercero un tema latino
para traducirlo al
italiano. Al cabo de corto tiempo, Juan presentaba
su página al profesor,
el cual la tomó y, sin mirarla, la puso sobre la
mesa, sonriendo con aire de compasión. Juan se
quedó en pie delante del maestro y: -Le ruego, le
dijo, que mire mi escrito y corrija las faltas.
-Pero, no te he dicho, respondió enojado el
maestro, que los de I Becchi son unos zoquetes...,
que no tienen cabeza para cosas tan altas?
Entonces se levantaron algunos alumnos y dijeron:
-Sí, sí, lea la traducción de Bosco: también
nosotros queremos oír los disparates que ((**It1.231**)) ha
puesto. -El maestro, acostumbrado a ceder a las
pretensiones de los alumnos, tomó el papel y le
dio un vistazo: la traducción era perfecta; pero
don Moglia, dejándolo caer sobre la mesa, exclamó:
-No he dicho ya que Bosco no sirve para nada? Lo
ha copiado todo de un compañero... no cabe duda,
lo ha copiado:
es imposible que esto lo haya hecho él. -El que
estaba sentado al lado de Juan, testigo de cómo su
compañero había hecho su trabajo, sin acudir a
otros ni a los libros, se levantó y salió en
defensa: -Señor profesor, dijo, usted asegura que
Bosco ha copiado la traducción; haga el favor de
examinar si entre los trabajos de los alumnos hay
alguno parecido al suyo. -Era una observación
razonable, que hubiera podido resolver la
cuestión; pero el maestro, cada vez más obstinado,
reprendió al que intervino: -Qué quieres saber tú?
No has oído que los de I Becchi son unos zoquetes
que no sirven para nada, absolutamente para nada?
-Y no hubo medio de convencerlo, pues, obcecado
por sus prejuicios, no se cuidaba de averiguar la
verdad. Pero el compañero que había visto a Juan
hacer su trabajo, contó con todo detalle cómo
había ejecutado su tarea; y todos, admirando su
talento, y más aún la humildad con que había
sobrellevado las palabras ignominiosas,
concibieron grandísima estima y afecto hacia él.
Este hecho contribuyó mucho a aumentar su
influencia entre los muchachos, que lo admiraban,
además, por su edificante
compostura. En efecto, se presentaba desde
entonces tan modesto en
su persona y en sus actos, lo mismo estando solo
que cuando se encontraba
con sus compañeros, que resultaba un modelo de
dignidad cristiana. Era enemigo de toda broma
grosera, de todo juego que obligara a ponerse las
manos encima, de toda clase de familiaridad ajena
a una persona bien educada. No le gustaba el
((**It1.232**)) juego
de la
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