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((**Es1.198**) sin darse por ofendido, insistió: el maestro replicó cargando las tintas; mas como Juan no cesaba de rogarle que hiciese aquella prueba, le dijo al fin que escogiera la tarea que más le gustase, pero añadiendo que él no leería las barbaridades que pondría en su escrito. Dictó a los alumnos de tercero un tema latino para traducirlo al italiano. Al cabo de corto tiempo, Juan presentaba su página al profesor, el cual la tomó y, sin mirarla, la puso sobre la mesa, sonriendo con aire de compasión. Juan se quedó en pie delante del maestro y: -Le ruego, le dijo, que mire mi escrito y corrija las faltas. -Pero, no te he dicho, respondió enojado el maestro, que los de I Becchi son unos zoquetes..., que no tienen cabeza para cosas tan altas? Entonces se levantaron algunos alumnos y dijeron: -Sí, sí, lea la traducción de Bosco: también nosotros queremos oír los disparates que ((**It1.231**)) ha puesto. -El maestro, acostumbrado a ceder a las pretensiones de los alumnos, tomó el papel y le dio un vistazo: la traducción era perfecta; pero don Moglia, dejándolo caer sobre la mesa, exclamó: -No he dicho ya que Bosco no sirve para nada? Lo ha copiado todo de un compañero... no cabe duda, lo ha copiado: es imposible que esto lo haya hecho él. -El que estaba sentado al lado de Juan, testigo de cómo su compañero había hecho su trabajo, sin acudir a otros ni a los libros, se levantó y salió en defensa: -Señor profesor, dijo, usted asegura que Bosco ha copiado la traducción; haga el favor de examinar si entre los trabajos de los alumnos hay alguno parecido al suyo. -Era una observación razonable, que hubiera podido resolver la cuestión; pero el maestro, cada vez más obstinado, reprendió al que intervino: -Qué quieres saber tú? No has oído que los de I Becchi son unos zoquetes que no sirven para nada, absolutamente para nada? -Y no hubo medio de convencerlo, pues, obcecado por sus prejuicios, no se cuidaba de averiguar la verdad. Pero el compañero que había visto a Juan hacer su trabajo, contó con todo detalle cómo había ejecutado su tarea; y todos, admirando su talento, y más aún la humildad con que había sobrellevado las palabras ignominiosas, concibieron grandísima estima y afecto hacia él. Este hecho contribuyó mucho a aumentar su influencia entre los muchachos, que lo admiraban, además, por su edificante compostura. En efecto, se presentaba desde entonces tan modesto en su persona y en sus actos, lo mismo estando solo que cuando se encontraba con sus compañeros, que resultaba un modelo de dignidad cristiana. Era enemigo de toda broma grosera, de todo juego que obligara a ponerse las manos encima, de toda clase de familiaridad ajena a una persona bien educada. No le gustaba el ((**It1.232**)) juego de la (**Es1.198**))
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