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escribir una redacción semejante, y que, por
consiguiente, era imposible
que la hubiera hecho el jovencito Bosco. Por el
juicio de don Moglia advirtió Juan que ya no
contaba con el favor de éste su antiguo maestro.
En efecto, por uno de esos inexplicables cambios
que a veces se operan en el corazón humanos, se le
había metido en la cabeza a don Moglia que el
joven campesino de I Becchi hubiera hecho mejor
renunciando a los estudios y volviendo a agarrar
la azada. El porqué lo sabe Dios, el cual
preparaba a Juan una nueva contradicción, para
poner una vez más a prueba su confianza en El y su
perseverancia.
Entretanto, Juan, aunque lejos de los ojos de
la madre, le guardaba
aquel santo afecto, que ella había sabido
infundirle con sus virtudes. No hacía nada sin su
permiso, y ella le otorgaba cuanto le pedía,
siempre dispuesta a contentarle, dado que sus
deseos eran muy limitados y de cosas de estricta
necesidad. ((**It1.224**))
Roberto y su familia habían cobrado cariño a
Juan y particularmente el hijo, con el cual iba a
la escuela, había contrído con él una cordial
amistad. Margarita iba casi todas las semanas a
llevarle la provisión de pan para los siete días;
tenía que hacer una caminata bastante larga, pero
no se le ocultaba la importancia de ver de cerca
las andanzas del hijo. Cuando Juan fue a Chieri,
como estudiante primero y después como
seminarista, siguió yendo Margarita a visitarle,
aunque con menos frecuencia, y siempre acompañada
de José para que viera al hermano. Toda la familia
de Roberto se alegraba grandemente al llegar
Margarita, porque los de buen corazón encuentran
correspondencia en las personas caritativas.
Margarita se regocijaba al saber que el hijo
seguía siendo cada día más cumplidor de sus
mandatos; oía con gran satisfacción repetir a
todos que era virtuoso, de gran piedad, amante de
la oración y del exacto cumplimiento de sus
deberes escolares; que se distinguía entre sus
compañeros por la gran devoción y modestia con que
frecuentaba los santos sacramentos, siendo objeto
de admiración por su compostura en la iglesia y
por su constante asistencia a las sagradas
funciones, por lo cual el párroco don Dassano le
había puesto como vigilante en una sección del
catecismo cuaresmal.
Pero la virtud no está libre de asechanzas.
Aquel año tuvo Juan sus peligros por parte de
algunos compañeros. Trataban de llevarlo a jugar
en tiempo de clase; y como él se excusase diciendo
que no tenía dinero, le sugirieron cómo
procurárselo, robando al amo o a la madre. Para
animarle a hacerlo le decía uno de ellos: -Amigo,
es hora de despabilarse; hay que saber vivir en el
mundo. El que va con
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