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de llamarle el moribundo, lo que habia dicho
cuando estaba sano, la entrega de la llave con
aquellos gestos tan expresivos, indicaban
claramente su voluntad y que el dinero le
pertenecía. Juan no se convenció. Llegó entre
tanto el heredero con otros parientes, y buscaba
con afán por una y otra parte la llave de la
arqueta. Juan se la presentó diciendo: -Esta es la
llave del dinero. Su tío me la entregó, dándome a
entender que no se la diera a nadie. Algunos me
han dicho que podía quedarme con lo que había en
la arqueta; pero yo prefiero ser pobre; no quiero
ocasionar contiendas: su tío no me dijo que era
para mí. - El sobrino tomó la llave, abrió la caja
y encontró en ella seis mil liras. Después de
contarlas, dirigióse a Juan y le dijo: - Respeto
la voluntad de mi tío: este dinero es tuyo; te
dejo en plena libertad, llévate lo que quieras. -
Juan quedó un tanto pensativo; conocía bastante
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claramente la voluntad del difunto, tenía el
consentimiento del heredero: - Pero no, terminó
diciendo, íno quiero nada! Tal vez había oído a
algún pariente barbotar pretensiones. El, en sus
memorias, cuenta el hecho con estas sencillas
palabras: <>.<>. 1
Pero la muerte de don Calosso fue para Juan un
gran desastre. Lloraba continuamente a su difunto
bienhechor. Despierto, pensaba en él; durmiendo,
soñaba con él. Aumentaba su dolor el fúnebre
sonido de las campanas, prolongado y repetido de
parroquia en parroquia que anunciaba la muerte del
pontífice Pío VIII, fallecido el treinta y uno de
noviembre. Las cosas llegaron a tal punto, que
Margarita, temiendo por su salud, le mandó por
algún tiempo a Capriglio con su abuelo. La bondad
divina no le dejó, sin embargo, sin consuelo.
Escribió él más tarde en sus notas: <>.
Pero el recuerdo de don Calosso permaneció siempre
vivo en su corazón, y dejó escrito de él: <>.
//1 Eclesiástico, XXXI, 8-9. 11.//
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