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((**Es1.182**) Miguel, a la vuelta de Chieri, cumplió su palabra y fue a visitar a la hermana. Antonio guardó un silencio prudente. Llamaron a Juan, que estaba todavía escondido, y quedaron felizmente allanadas todas las dificultades. Así lo narró el señor Gamba de Buttigliera, el cual, aunque jovencito en aquel momento, había ido a I Becchi con sus padre y, más tarde, aprendió de Juan los primeros rudimentos de lectura y escritura. Miguel marchó en seguida con Margarita a ver al párroco de Castelnuovo, don Bartolomé Dassano, y le suplicó que tuviera a bien dar clase a Juan dos o tres días a la semana. Pero don Dassano le dijo que no podía satisfacer su deseo a causa del mucho trabajo de la parroquia. Es verdad que le ayudaban dos vicarios, pero también ellos, añadió, andaban sobrecargados de trabajo y no se atrevía a imponerles esa tarea. Así que aconsejó que se presentara al párroco de Buttigliera de Asti, el cual, tal vez pudiera atenderle: allá se fue Miguel, pero recibió la misma negatia por idénticas razones. No se sabe por qué Margarita no pidió desde el primer momento ((**It1.210**)) al querido don Calosso que se encargara de nuevo de la instrucción de su hijo. Tal vez no había abandonado del todo la idea de tenerle lejos de casa; tal vez los achaques de la vejez habían obligado al buen sacerdote a guardar cama; o tal vez también, asuntos urgentes le habían constreñido a alejarse de su capellanía encargando a otro sacerdote de suplirlo en sus funciones. Fuera como fuere, el hecho es que, durante algún tiempo, Juan no pudo estudiar y se dedicó a ayudar a la familia en los trabajos del campo y del huerto. Pero él continuaba cultivando con constancia las prácticas de piedad, a pesar de la no corta distancia de la capilla del caserío, edificando a todos con su buen ejemplo. Los domingos iba con gusto a la parroquia, como había hecho los años anteriores, para oír la santa misa, la explicación del evangelio, y asistir a todos los ejercicios espirituales, aún los extraordinarios, que allí se practicaban. Cuenta Juan Filippello, que iba con él al catecismo: <>. - El mismo Filippello, que fue siempre su íntimo confidente y testigo de sus hechos, afirmaba: <(**Es1.182**))
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