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le querían! Durante toda su vida le consideraron
como un hijo, y jamás
cesaron de recordarle con todos los honores,
manifestando de mil maneras la gran estima en que
le tenían y dando gracias a Dios de habérselo
regalado por tanto tiempo. Su partida dejó un gran
vacío; sólo su buen recuerdo les servía de
consuelo.
En el 1828 le llevó un día consigo Juan Moglia
para plantar cuatro
hileras de nuevas vides. Bosco, agachado, ataba
con mimbres una de esas hileras. Cansado del
fatigoso trabajo empezó a decir que sentía dolor
en las rodillas y en la espalda. -Sigue adelante,
le dijo el tío Moglia; si no quieres tener dolor
de espalda de viejo, es menester que aguantes esta
molestia ahora que eres joven. -Bosco siguió
trabajando, y después de un momento exclamó: -Pues
bien; las vides que yo ato ahora tendrán los
racimos más hermosos, darán más y mejor vino y
durarán más años que las otras. -Sucedió, en
efecto, según su predicción: aquella hilera
producía cada año el doble que las demás, las
cuales se fueron perdiendo con el tiempo y fueron
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renovadas varias veces, mientras las atadas por
Juan prosperaron con admiración de todos, hasta
1890. Don Bosco, ya en edad avanzada, recordaba
cariñosamente este fenómeno, y siempre que
Jorge Moglia o su hijo Juan iban al Oratorio,
preguntaba por la viña y manifestaba su deseo de
comer sus racimos.
La hija Ana, casada después con José Zucca, del
caserío Bausone en Moriondo Turinés, cuando
hablaba de Juan Bosco, refería con satisfacción y
complacencia a los vecinos, a los conocidos y en
familia a sus propios hijos, la angélica y
apostólica vida que llevó durante dos años en casa
de sus padres; cómo se retiraba con frecuencia a
lugares solitarios para leer, estudiar y rezar; y
cómo explicaba el catecismo y narraba ejemplos
edificantes no sólo a los chiquillos del caserío,
sino hasta a las personas mayores de la familia, y
con gracia tal, que todos le escuchaban con gusto
y avidez. Decía además que, a menudo, cuando
trabajaban juntos en el campo, él había asegurado
varias veces en tono profético y con toda
seriedad: -Yo seré sacerdote, y entonces sí que
predicaré y confesaré.
-La muchacha, al oír estas palabras, se burlaba de
él y despreciaba a Juanito diciéndole que con
aquellas ideas y con tanto leer acabaría por no
llegar a ser nada. Y Juan, una de las veces, le
respondió: -Pues sábete tú, que así hablas y te
burlas de mí, que un día irás a confesarte
conmigo.-Y así fue. Ya sacerdote Juan y fundador
del Oratorio, la buena Ana, guiada por
circunstancias entonces imprevisibles, iba con
frecuencia desde el caserío Bausone al Oratorio de
Turín para visitar a don Bosco, confesarse con él
en la iglesia
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