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Afirmaban los señores Moglia que jamás vieron
en él la menor falta infantil, de lo que se
maravillaban: ni una de las travesuras que
acostumbran los de su edad: ni un empujón a los
compañeros, ni una palabra de enfado o de burla:
ni quitar fruta, siquiera en pequeña
cantidad: ni la menor mirada o gesto que el más
severo crítico pudiera juzgar poco delicado: su
porte era el de un hombre maduro y sensato. Los
que vivían por aquella aldea afirmaban: -íEra
distinto de los demás niños y nos enseñaba a
nosotros!
Con todo, ya en aquellos primeros tiempos no
faltó la punzada de alguna lengua maldiciente,
cuando con la vacada en los pastos, se
arrodillaba junto a las vacas, para estar más
cerca de ellas o para defenderse de los rayos del
sol en medio del prado. Algunos campesinos,
al verle en tal postura, creyeron que ordeñaba las
vacas para beberse la leche, como suelen hacer los
criados glotones e infieles, y le acusaron de
ladrón a los amos; pero éstos, que eran personas
prudentes, quisieron cerciorarse varias veces con
sus propios ojos y siempre le sorprendieron
leyendo el catecismo. El estudiaba continuamente
este precioso librito, aunque ya estaba muy
instruido en la doctrina cristiana, y alternaba su
lectura con alguna oración.
Estando tan lleno del espíritu de Dios como
estaba, se puede comprender cuánto aborrecía y
evitaba, no sólo lo que pudiera empañar el candor
de su alma, sino lo que sencillamente pudiera
parecer menos conveniente para un jovencito.
Dorotea ((**It1.199**)) Moglia
contaba que Don Bosco se cuidaba con mucho gusto
de un hijo suyo de tres años, llamado Jorge, que
estaba continuamente a su lado, lo mismo en el
campo que en casa; y que no se cansaba de oír sus
infantiles charlas y de interesarse con gran
amabilidad por las cosas del pequeñín. Pero,
habiéndole invitado varias veces ella misma a
cuidarse también de una hija suya de cinco años,
respondía con buenas maneras: -Déme usted
muchachos, aunque sean diez, que yo cuidaré de
ellos el tiempo que usted quiera; pero de las
niñas yo no debo cuidarme. - Fue ésta la única vez
que pareció excusarse de obedecer. Con todo, la
dueña dejaba alguna vez a la hijita sentada en
el suelo y se retiraba para ir a otra parte, como
para obligarle a que
se cuidara de ella; pero él, cuando suponía no ser
visto, se alejaba a
cierta distancia. Dorotea, al volver, le reprendía
diciendo: -íAh, pícaro! Por qué no quieres
cuidarte de ella? - Y él, con toda tranquilidad,
respondía: -íYo no estoy destinado a eso!
En la granja Moglia siguió el mismo plan de
vida que llevaba en I Becchi. Con su trato afable
y sus juegos empezó a atraer a los pocos
niños de la aldea, los cuales se le hicieron
pronto amigos. Durante el
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