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manos: tenía los ojos cerrados, la cara vuelta
hacia el cielo y un aspecto tan encantador que el
observador quedó sorprendido. Juan Moglia le tocó
suavemente en el hombro y le dijo: - Por qué
duermes así al sol? - Bosco volvió en sí y
respondió: -No, no; no dormía. - Y diciendo esto
se levantó avergonzado de haber sido descubierto
mientras meditaba.
El jovencito no dejaba de santiguarse lo mismo
antes que después de la comida e introdujo esa
piadosa costumbre, añadiendo una breve oración, en
aquella generosa familia, que, antes de llegar él,
la descuidaba a veces: ((**It1.197**)) es
decir, en invierno no la dejaban nunca, mas no así
en el verano, cuando estaban cansados por el
trabajo. Se cuidó asimismo de que se rezara tres
veces al día el saludo del Angel, al tocar la
campana. Un día de verano, volvía a casa el
anciano José bañado en sudor y con la azada al
hombro. Era el mediodía; se oía a los lejos la
campana, pero él no pensaba en rezar el Angelus,
sino que, rendido por el cansancio, se tendió a la
larga. Cunado he aquí que ve al jovencito Bosco
que, llegado un poco antes, estaba de rodillas en
el rellano de la escalera, rezando el Angelus, y
riendo exclamó: -Mira qué bonito: los amos
destrozando
nuestra vida de la mañana a la noche, hasta no
poder más, y él tan
tranquilo ahí, rezando en santa paz. íAsí se gana
el cielo fácilmente!
-Bosco terminó su oración, bajó la escalera y
dirigiéndose al anciano:
-Escuche, le dijo, usted mismo es testigo de que
yo no me quedo atrás cuando hay que trabajar, pero
es muy cierto que he ganado yo más rezando que
usted trabajando. Si usted reza, por cada dos
granos que siembre, nacerán cuatro espigas; si no
reza, sembrará cuatro granos y no recogerá más que
dos espigas. De modo que rece usted también, y
así, en vez de dos espigas recogerá cuatro, como
yo. Qué trabajo le costaba detenerse un momento,
dejar la azada y rezar? Hubiera ganado el mismo
mérito que yo. -Aquel buen hombre, profundamente
admirado, exclamó: -íCaramba!Que tenga yo que
aprender de un muchacho? Ya no me atreverá a
sentarme a la mesa,
sin antes rezar el Angelus. - Y, en adelante, no
olvidó nunca esta oración. El respeto, el amor, la
afabilidad de modales con que Juan
trataba a los que consideraba como representantes
de su madre, hacía que todas sus observaciones le
resultaran muy agradables. Con frecuencia surgían
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diferencias de opinión entre él y los ancianos; se
llegaba a una discusión pacífica; y Bosco,
respondiendo con tranquilidad, terminaba por
obtener razón. De modo que huéspedes y amigos
solían repetir: -Se ve que este muchacho está
destinado a enseñar a los demás, íhasta a los
viejos!
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