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cama o en un rincón del establo, recitaba por
largo tiempo sus oraciones
de la maañana y de la noche. Pero la señora
Dorotea, que, sin ser vista, había observado su
compostura mientras rezaba, edificada de su
sincera piedad, y después de haberle enseñado las
invocaciones de las letanías de la Virgen que él
recitaba con algún error, le encargó de dirigir
por la noche las oraciones de toda la familia
reunida ante una imagen de María Santísima,
costumbre que aún se conserva religiosamente en
aquella casa. Con el santo rosario se termiaban
los trabajos del día, y de él se sacaba estímulo y
gracia del cielo para el exacto cumplimiento de
los deberes del propio estado.
Los sábados por la noche se presentaba Juan a
los amos a pedirles
permiso para ir al día siguiente a Moncucco, y oír
la primera misa, que allí se celebraba muy
temprano. No sabían ellos el motivo de su mañanero
paseo, tanto más cuanto que, horas más tarde,
asistía a la misa parroquial y a las demás
funciones religiosas. Un domingo, Dorotea Moglia
quiso saber por sí misma a qué iba su criadillo a
Moncucco. Fue ella primero y se emplazó en un
lugar desde donde podía espiar sus pasos. Y le vio
cómo, entrando en la iglesia con todo
recogimiento, se dirigió al confesonario del
párroco, que lo era entonces el teólogo Francisco
Cottino, se confesó, recibió la comunión, asistió
a la santa misa y, después, se volvió la mar de
contento a casa. El ama, que se adelantó, le
preguntó si el motivo de ir siempre a la primera
misa, era para ((**It1.196**))
acercarse a los sacramentos; y al verle algo
turbado, como si temiera haber sido descubierto,
no quiso importunarle y sin darle tiempo a
contestar, le dijo: - Estamos de acuerdo; en
adelante, tienes permiso para ir a la misa
primera. - Juan no dejó nunca de aprovecharse de
este permiso y de acercarse a la mesa eucarística
todos los domingos y las demás fiestas del año.
Por aquellos tiempos no era costumbre la comunión
frecuente y semanal, y además, desde la granja de
los Moglia a Moncucco
había una hora de camino y por malos senderos.
El amor a Jesus Sacramentado era una muestra de
su espíritu de piedad. Con frecuencia, en efecto,
fue sorprendido tanto en casa como fuera, absorto
en oración. Un día apacentaba las vacas cerca de
la granja. Hubo un momento en que la dueña Dorotea
Moglia y su cuñado Juan Moglia, le vieron en medio
del prado inmóvil y, merced a las ondulaciones del
terreno, como si estuviera tendido en el suelo.
Creyendo que dormía al sol, le llamaron por su
nombre; pero, al ver que no se movía, Juan Moglia
se dirigió hacia él, llamándole una y otra vez en
voz alta. Bosco no respondía. Al llegar cerca, vio
que el jovencito estaba arrodillado y con un libro
en las
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