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para poder entrar. -Me animé a seguir la
conversación y añadí: -Es verdad lo que usted
dice; pero hay tiempo para todo: tiempo para
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iglesia y tiempo para divertirse. -El se echó a
reír. Y terminó con estas memorables palabras, que
fueron como el programa de las acciones de toda su
vida: -Quien abraza el estado eclesiástico se
entrega al Señor, y nada de cuanto hay en el mundo
debe preocuparle, sino aquello que puede servir
para la gloria de Dios y provecho de las almas.
-Mientras tanto, abrieron las puertas de la
iglesia, y el clérigo, tras saludar a su pequeño
interlocutor, entró. Entonces, admiradísimo, quise
saber el nombre del clérigo, cuyas palabras y
porte publicaban tan a las claras el espíritu del
Señor. Supe que era José Cafasso, estudiante del
primer curso de teología>>. Juan regresó a casa
como si hubiera ganado aquel día una gran fortuna,
y fue derecho a su madre.
- Le he visto, he hablado con él.
- Pero, a quién?
- A José Cafasso. íVerdaderamente es un santo!
- Pues trata de imitarle. Me dice el corazón
que algún día podrá
ayudarte mucho.
Juan contó a su madre el diálogo sostenido con
él. Margarita, que era mujer capaz de comprender
la grandeza y exactitud de aquellas palabras,
concluyó: -Mira, Juan, un clérigo que manifiesta
tales sentimientos, llegará a ser un santo
sacerdote. Será padre de los pobres, volverá al
buen camino a los extraviados, confirmará en la
virtud a los buenos, ganará muchas almas para el
cielo. -Tal resultó, en efecto, José Cafasso, y
fue para Juan, como veremos, no sólo modelo de
vida clerical y sacerdotal, sino también su
primero e insigne bienhechor.
Y así fue llegando el invierno y, paralizados
los trabajos del campo,
Juan quería reemprender los estudios con el
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queridísimo don Calosso, que le esperaba en
Morialdo. Pero sólo pudo ir durante unas pocas
semanas, pues su madre le aconsejó se quedara en
casa. Antonio no había cesado de hacerle la
guerra. -íEl señorito quiere estudiar!, le
decía.íTú te irás a estar cómodo, y nosotros aquí
a comer polenta! Crees tú que estamos dispuestos a
morir de hambre para pagarte una pensión? íYa te
enseñaré yo! íQuítate esa tontería de la cabeza!
íNosotros no necesitamos doctores! íVete a cavar!
-Y le zahería frecuentemente con reproches
parecidos. Si, a veces, le encontraba leyendo un
libro, se lo arrancaba de las manos; si le veía
otras en silencio, concentrado en sus
pensamientos, le decía: -En qué piensas?, en tus
sueños acaso? íTú tienes que ser un
destripaterrones
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