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vez allí, les invitaba a arrodillarse y a rezar
con él una breve oración;
luego, subía a una silla, que le servía de
púlpito, y desde ella predicaba, es decir, repetía
los sermones que había oído en la iglesia o
contaba ejemplos edificantes. Era pequeño de
estatura y su cuerpo
estaba casi todo en su voz; así que los que
contemplaban aquel rostro
angelical, aquella boca de la que salían palabras
y discursos tan
superiores a su edad, iban repitiendo admirados
las palabras que dijeran
los que contemplaron al niño Juan Bautista: Quién
llegará a ser
este niño? Quis putas puer iste erit?>>
La fama de la extraordinaria bondad de este
joven se había extendido
por todas las aldeas de la parroquia de
Castelnuovo. Juan, que tanto se parecía a él en
inclinaciones y deseos, hubiera querido conocerle,
acercarse a él, ser su amigo; pero varias
circunstancias parecían dificultárselo seriamente.
Cafasso cursaba estudios en Chieri desde hacía
varios años, y Morialdo estaba distante de
Castelnuovo. La diferencia de edad y de
instrucción hacía más ((**It1.186**)) difícil
un acercamiento.
La Providencia se encargó, más tarde, de estrechar
entre ambos una santa amistad. Oigamos cómo Juan
mismo nos refiere su primer encuentro con Cafasso:
<(**Es1.164**))
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