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a los habitantes de Castelnuovo. El 3 de octubre
de 1826, moría el cura ecónomo don José Sismondo,
a la edad de cincuenta y cuatro años. Juan, lleno
de dolor, acompañó el fúnebre cortejo que llevaba
a la tumba los restos mortales del que le había
concedido el don inestimable de la primera
comunión.
A mediados de octubre, comenzó regularmente los
estudios de la gramática italiana, que aprendió
pronto y practicó con oportunas
redaciones. Por Navidad empezó el Donato. Al
principio encontró alguna dificultad para declinar
y conjugar, pero luego le resultó facilísimo.
Para él, leer era retener, pues todo le quedaba
grabado en la mente para siempre: de suerte que,
en un mes, aprendió el Donato perfectamente. Por
Pascua ya traducía del latín al italiano y
viceversa. El maestro le decía bromeando: -Si
sigues así, en poco tiempo sabrás todo lo que hay
que aprender en este mundo. -Y siempre que veía a
Margarita, le repetía: -Su hijo es un portento de
memoria. -En todo aquel tiempo, Juan ((**It1.183**)) no dejó
los acostumbrados entretenimientos festivos, en el
establo durante el invierno y en el prado durante
el verano.Todo cuanto su venerable maestro le
decía, la más mínima de sus palabras, le servía
para entretener a su auditorio. Antonio, por su
parte, seguía gruñendo como siempre.
Margarita se consideraba feliz, al ver cómo
Juan había conseguido sus deseos. Pero no podían
faltar las tribulaciones. Mientras duró el
invierno y los trabajos de campo no urgían,
Antonio dejó que su hermano se dedicara a las
tareas de la escuela; pero, en cuanto llegó la
primavera, comenzó a quejarse, diciendo que él
debía consumir su vida en trabajos pesados,
mientras Juan perdía el tiempo haciendo el
señorito. Tras vivas discusiones con Juan y con su
madre, se determinó, para tener la paz en casa,
que por la mañana iría temprano a la escuela, y el
resto del día lo emplearía en trabajos materiales.
Pero, cómo estudiaría las lecciones? Cuándo haría
las traducciones?
El que tiene voluntad encuentra los medios para
conseguir sus fines.
La ida y vuelta a la escuela le proporcionaba
algún tiempo para estudiar. En cuanto llegaba a
casa, agarraba la azada en una mano y en la otra
la gramática, y, camino del trabajo,estudiaba
hasta que llegaba al tajo. Allí daba una mirada
nostálgica a la gramática, la colocaba cobre un
terrón y se disponía a cavar, a escardar, o a
recoger hierbas con los demás, según necesidad. A
la hora en que los demás merendaban, él se iba
aparte, y mientras con una mano tenía el pan que
comía, con la otra sostenía el libro y estudiaba.
La misma operación hacía al volver a casa. Y para
hacer sus deberes escritos, el
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