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procesionalmente por las calles de la ciudad a
visitar las cuatro iglesias, cantando devotamente
las letanías de los santos, como la gente
sencilla del pueblo. Idénticos espectáculos de fe
se vieron en las provincias. Algunas semanas
después de la primera comunión de Juan, hubo una
solemne misión en el poblado de Buttigliera,
lindante con la barriada de Morialdo. La nombradía
de los predicadores atraía a las gentes de todas
partes. Juan iba en compañía de otros muchos
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aldea. Después de una instrucción y una
meditación, al caer de la tarde, los oyentes
volvían a sus casas. Una de aquellas tardes de
abril, Juan tornaba a casa en medio de una gran
multitud, entre la cual iba un cierto don José
Calosso, de Chieri, hombre muy piadoso, que,
aunque curvado por los años, hacía el largo trecho
de camino de unos cuatro kilómetros, para ir a
escuchar a los misioneros. Era doctor en teología,
había sido párroco de Bruino y luego se había
retirado como capellán a Morialdo. Al ver a un
muchacho de baja estatura, con la cabeza
descubierta y el cabello recio y ensortijado, que
iba tan silencioso en medio de los demás, puso sus
ojos en él. Se podía colegir claramente que
aquella compostura era voluntaria y no natural y
que, en otros momentos, no hubiera habido árbol,
por alto que fuera, a cuya copa no hubiera
intentado subir aquel muchacho, ni foso tan
profundo que no estuviera dispuesto a saltarlo. El
sacerdote le llamó y empezó a hablarle de esta
manera: -Hijo mío, de dónde eres?
- íDe I Becchi!
- De dónde vienes? Acaso has ido tú también a
la misión?
- Si, señor; he oído también los sermones de
los misioneros.
- íPues sí que habrás podido entender mucho! De
seguro que tu madre hubiera predicado mejor. No te
parece?
- Es cierto. Mi madre me dice a menudo cosas
muy bonitas. Pero eso no quita que yo vaya con
gusto a oír a los misioneros, y creo haberlos
entendido muy bien.
- De verdad que has entendido mucho?
- íLo he comprendido todo!
- íVamos a ver! Si me sabes decir cuatro
palabras de los sermones de esta tarde, te doy una
propina.
- Dígame si quiere que le hable del primer
sermón o del segundo.
- Del que quieras, con tal de que me digas
cuatro cosas. Te acuerdas de qué trató el primer
sermón?
- Trató de la necesidad de entregarse a Dios y
no dejar para más
adelante la conversión.
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