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sabe>>. En casa le hacía rezar, leer un libro
devoto y le daba además
aquellos consejos que una madre ingeniosa tiene
siempre a punto para bien de sus hijos.
En la mañana del día de la primera comunión no
le dejó hablar con nadie, le acompañó a la sagrada
mesa e hizo con él la preparación y acción de
gracias, que el cura ecónomo don Sismondo dirigía
alternando con todos en alta voz. No quiso que
durante aquel día se ocupase en ningún trabajo
material, sino que lo empleara en leer y en rezar.
Entre otras muchas cosas, la buena madre le dijo
muchas veces: -Querido hijo mío: éste es un día
muy grande para ti. Estoy persuadida de que Dios
ha tomado verdadera posesión de tu corazón.
Prométele que harás cuanto puedas para conservarte
bueno hasta el fin de la vida. En lo sucesivo,
comulga con frecuencia, pero guárdate de hacer
sacrilegios. Dilo todo en confesión; sé siempre
obediente; ve de buen grado al catecismo y a los
sermones; mas, por amor de Dios, huye como de la
peste de los que tienen malas conversaciones. - Y
don Bosco dejó escrito: <((**It1.175**)) y en la
sumisión a los demás, que al principio me costaba
mucho, ya que siempre quería oponer mis pueriles
objeciones a cualquier mandato o consejo>>.
La buena Margarita, entretanto, no podía
apartar de su mente el vivo deseo de contentar a
Juan y ponerle a estudiar. Su inclinación a los
estudios era manifiesta; además, él mismo le había
confiado muchas veces las ganas que tenía de
abrazar el estado eclesiástico. Ella pedía al
Señor que le hiciera encontrar el modo para vencer
la oposición de Antonio, a quien tampoco quería
disgustar demasiado. No pasó mucho tiempo, cuando
recibió la alegría de un suceso inesperado.
El Santo Padre León XII había promulgado en
Roma, en el año 1825, el gran jubileo y unos
cuatrocientos mil peregrinos habían ido a ganarlo
a la Ciudad Eterna. En el 1826 lo extendió a las
iglesias de fuera de Roma y monseñor Colombano
Chiaverotti decretó que en la archidiócesis de
Turín tuviera lugar del doce de marzo al doce de
septiembre. Fue enorme el concurso de fieles para
ganar el jubileo, lo mismo en las más humildes
aldeas que en las ciudades más populosas y en
Turín. En la capital, el obispo de Pinerolo
predicó unos ejercicios espirituales al Rey, a su
corte y a los nobles; y pudo luego verse a la Casa
Real y a la Acedemia militar, acompañada de la
Corporación Municipal y la flor y nata de los
ciudadanos, ir
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