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su nombre. - Qué desea? - respondió él volviéndose
atrás y deteniendo
el paso. Y Margarita en voz baja: -Le gustaría a
usted que sus hijas oyeran las palabras que va
usted diciendo?
- íVaya! íA qué viene esto! Ya se sabe, hay que
estar alegres! íSe
dicen estas cosas para reír! O es que ya no está
permitido reír? Hago daño a alguien riendo?
íHabría que irse de este mundo para no oír ciertas
conversaciones!
-Pero lo que usted va diciendo, es malo o no? Y
si es malo, por qué lo dice?
-íCuántos escrúpulos! íDeje de molestar! Son
cosas que las dicen todos; y yo no puedo decirlas?
-Aunque fuera verdad que todos las dicen, dejan
por ello de ser
pecado? Y si usted va al infierno, de qué le
servirá que otros hayan
tenido las mismas intenciones que usted tiene? -
Ante este apóstrofe de la impertérrita mujer, el
grosero se echó a reir a carcajadas, y sus
compañeros, que también se habían parado, le
corearon. Entonces Margarita con voz conmovida
añadió: -íA su edad, con los cabellos blancos, en
vez de dar buen ejemplo se ha convertido en
escándalo para estos pobres muchachos! íQué
vergüenza! - Y tomando a sus hijos, dejó el camino
ancho, para llegar a la iglesia por un sendero a
través de los prados. Cuando se encontró sola, la
santa mujer se detuvo y dijo a sus hijitos: -Bien
sabéis cuánto os quiero; con todo, si alguna vez
hubierais de llegar a ser malos como ese viejo
indecente, íno sólo prefiero que el Señor os
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morir ahora mismo, sino que tendría el valor de
estrangularos yo misma con mis propias manos! -
Palabras demasiado enérgicas, se dirá: pero el que
ama la inocencia y el candor de sus hijos
encontrará en ellas la expresión de su profundo
sentimiento, es decir, la importancia de conservar
la gracia de Dios.
Otra tarde, estando Margarita en casa, oyó a
dos muchachotes, que se habían quedado en la era,
hablando en voz alta de cosas inconvenientes.
Los dos eran conocidos por su mala conducta y sus
modales insolentes. Margarita salió y les rogó que
no hablaran de aquella manera. Los dos
desvergonzados soltaron una carcajada. Entonces
ella les intimó resueltamente: -íNo quiero de
ningún modo que estéis aquí! - Los dos bribones,
sin moverse del sitio, entonaron una canción
vulgar. Margarita repitió: -Estáis en mi casa, en
mi propiedad; aquí mando yo: ímarchaos de aquí! -
Pero los provocadores, en vez de irse, se pusieron
detrás de una pilastra de la tenada y siguieron
voceando y cantando frases indecorosas. Margarita
no se dio por vencida. Llamó a uno de sus hijos y
le ordenó ir corriendo a
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