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muchachas de los contornos, que causaba admiración
ver el respeto que todas le manifestaban. En el
verano, a causa del calor sofocante, se tolera en
las familias cierta libertad en el vestir, que no
se inspira
ciertamente en la austeridad del Evangelio. Pues
bien, cuando Margarita
entraba en una casa, las muchachas, apenas oían su
voz, si no estaban en condiciones de poder
presentarse, corrían a esconderse o a ponerse un
vestido más decente, y no aparecían sino cuando
estaban ((**It1.162**)) seguras
de merecer una palabra laudatoria de la buena
Margarita. Pero, si alguna se veía sorprendida sin
haber tenido tiempo de escapar, y al mismo tiempo
llegaban también otras personas, la muchacha
encontraba refugio junto a Margarita; ésta
entonces, a modo de caricia, le colocaba con
delicadeza sobre los hombros el borde del propio
delantal e inclinado la cabeza le decía al oído: -
Cómo puedes tener el atrevimiento de estar así
delante del Señor?
Hemos notado anteriormente cómo Margarita daba
también de buen grado hospitalidad a los
vendedores ambulantes. Hacia esta caridad con una
intención especial. Estas gentes, más de una vez,
llevaban en sus cestas dibujos o libros poco
normales, para venderlos en ferias. Margarita,
cuando lo sabía, les rogaba se los dieran y, unas
veces, los quemaba allí mismo, mientras otras los
guardaba para entregarlos al capellán de Morialdo.
No era raro que los mismos vendedores, para
complacerla, echaran al fuego aquella mercancía
ante sus ojos. Ella no sabía leer; pero vigilaba
atentamente los libros que circulaban y deducía su
bondad o su malicia por las expresiones que
hábilmente sabía sacar de los labios de sus
dueños. Por su parte, recompensaba a estos
huéspedes tratándoles como amigos y no como
forasteros: los sentaba a su misma mesa y les
servía de lo mejor que había preparado para la
propia familia. A la hora de despedirse hacía que
le prometieran que, en adelante, no venderían más
dibujos o figuras que pudieran hacer daño a las
almass, promesa que
fácilmente lograba de las personas conquistadas
por su caridad.
Más de una vez sucedió que le tocó presenciar
algún escándalo grave; entonces manifestaba su
energía y su franqueza de modo admirable. Un
domingo, iba a la santa misa y llevaba de la mano
a José y Juan. A la cabeza del gentío, que crecía
por momentos, marchaba un grupo ((**It1.163**)) de
quince o veinte muchachotes. Iba entre ellos, como
jefe de grupo, un hombre de unos sesenta años, que
había ya cumplido condena de cárcel durante varios
años por ladrón. Hablaba con los demás en alta voz
de cosas obscenas, lanzando a diestra y siniestra
agudezas indecentes, causando fastidio a los que
pasaban. Margarita no pudo contenerse y
acercándose le llamó por
(**Es1.147**))
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