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al mismo Ariosto. Exponía aquellas extrañas
aventuras con tanto atractivo, que sus hijos
confesaban que se encontraban más contentos allí
oyéndola, que si les hubiese concedido su
petición. Entrada ya la noche, Margarita acababa
diciendo: -Y ahora a dormir; pero antes recemos
una oración por el que muera esta noche, para que
no se condene. -Estas palabras producían un efecto
mágico y saludable en el alma de los niños.
Por otro lado, ella se preocupaba de las
muchachas hasta el punto de hacer pensar que había
hecho propósito generoso de ello. Si por el camino
encontraba a algunas pobrecitas con el vestido
roto o corto, se les acercaba: -No os ruborizáis
de vuestro ángel de la guarda que va a vuestro
lado? No sabéis que él se cubre la cara con las
manos y se avergüenza de teneros bajo su custodia?
-Es que somos pobres y nadie se preocupa de darnos
ropa ni de arreglarnos los vestidos. -Está bien,
venid conmigo -y las conducía a su casa, se
colocaba a su alrededor, zurcía aquellos trapos,
les ponía los remiendos de tela o de paño que
fueran necesarios y las despedía con la bendición
de Dios, de modo que ya no parecían las personas
sucias de antes. Aunque obligada a trabajar de la
mañana a la tarde para ((**It1.161**)) proveer
de lo necesario a la familia, no le importaba
perder un tiempo tan precioso en esta obra de
caridad.
Particularmente trataba de hacer el bien a
aquellas pobres muchachas
que sospechaban podrían encontrarse en algún
peligro. Unas veces les daba pan, otras les
preparaba la polenta, otras les regalaba fruta o
les reservaba lo que sabía les agradaba para meter
en el bocadillo y así atraérselas. Las invitaba a
ir a su casa siempre que tuvieran una necesidad,
las recibía como una madre recibe a las propias
hijas, las socorría generosamente de la mejor
manera que le era posible, y no las dejaba
marcharse sin darles un consejo oportuno. Sobre
todo, se preocupaba de que no frecuentaran la
compañía de personas de otro sexo y, para
alejarlas, se servía de artes tan finas y
delicadas, que sería demasiado largo hablar de
ello. Era todo ojos, especialmente en las veladas
de invierno. Pero nuncaa se precipitaba para dar
un aviso, sino que esperaba la oportunidad para
hablar a solas. Entonces enseñaba, a quien pudiera
tener necesidad, el modo de estar bien compuesta
cuando se sentaba en medio de los demás, hacía
notar los inconvenientes de ponerse al lado de
determinados individuos e indicaba la manera de
conducirse cuando se entretuvieran con fulano o
con zutano y cómo debían moderar su modo de hablar
y corregir sus gestos y las risas exageradas.
Con este proceder, Margarita se había ganado de
tal manera a las
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