((**Es1.145**)((**It1.159**))
CAPITULO XIX
JUAN APRENDE DE SU MADRE EL AMOR A LA VIRTUD Y EL
CELO PARA IMPEDIR LA OFENSA DE DIOS Y PROCURAR LA
SALVACION DE LAS ALMAS
LA firmeza de carácter de Margarita no la puede
comprender ni describir dignamente, sino quien la
conoció de cerca. Ella había declarado guerra
perpetua e implacable al pecado. No sólo aborrecía
el mal, sino que procuraba impedir la ofensa del
Señor aun de parte de aquellos que no eran de los
suyos. Así que se mantenía siempre alerta contra
el escándalo, con toda prudencia y resolución, a
costa de cualquier sacrificio.
A veces los lugareños de alguna zona de la
aldea, deseosos de
procurarse un poco de distracción y de dar cuatro
saltos, iban a buscar
un organillo. La noticia corría como un relámpago
por los caseríos, y la gente salía de casa y
gritaba de una colina a otra: -íVamos al baile,
vamos al baile! -A los gritos y al son del
organillo, que se difundía por los aires hasta la
caída de la tarde, los hijos de Margarita corrían
a ella: -Mamá, vamos también nosotros. -Ellos no
pensaban sino en la algazara y en la música. Pero
Margarita, acogiéndolos con su sonrisa habitual,
les decía: -Estaos aquí quietecitos y esperadme;
voy a ver qué novedad hay. -Si veía ((**It1.160**)) una
reunión de personas honestas y que se trataba de
una diversión sencilla, sin sombra de mal, volvía
diciendo a los hijos: -Podéis ir. -Pero si había
notado algo inconveniente, aunque fuera muy poca
cosa, la respuesta era terminante: -Esta diversión
no es para vosotros.
-Pero...
-No hay pero que valga. No quiero, de ningún
modo, que vayáis a parar al infierno. Me
entendéis: -Los hijos contrariados quedaban
silenciosos por un momento; pero la buena madre,
rodeándose de ellos, comenzaba a contarles una
historia de guerreros y castillos, tan llamativa y
tan bien tramada, que superaba en fantasía
(**Es1.145**))
<Anterior: 1. 144><Siguiente: 1. 146>