((**Es1.142**)
por casualidad un vecino suyo, un tal Luis Veglio,
a saludarla. Al darse cuenta del apuro de la buena
mujer, salió en seguida sin decir palabra y, en
llegando a su casa, situada en Filippelli, otro
barrio de la aldea, llamó a un criado y le dijo:
-Ven acá y toma este saco de harina. - El criado
intentó levantar el saco: -íPesa demasiado! -
exclamó. - Si no puedes llevarlo de una vez, vacía
la mitad y llévalo en dos veces - dijo el amo.
-Adónde hay que llevarlo? - íVen conmigo! - Y le
condujo no lejos de la casa de Margarita: - Mira,
llévalo y déjalo en aquella casa, pero no digas
que he sido yo quien lo ha mandado. - El criado
subió, descargó el saco y lo entregó a Margarita,
diciendo: - íEs para usted! - Y quién le ha
mandado traer esta harina? - preguntó Margarita. -
Me han prohibido decirlo. - Margarita insistía; el
criado se enredaba en sus respuestas evasivas y
misteriosas. Pero Margarita adivinaba quién
podía ser el donante, pues sabía a quién servía él
como criado. Finalmente entró Luis Veglio, el
cual, escondido a poca distancia, había escuchado
el diálogo y con sinceridad le dijo: - Por favor,
Margarita: sí, he sido yo; habría preferido
permanecer desconocido, pero, puesto que mi criado
no es capaz de guardar un secreto, no quiero andar
con misterios. Lo que yo he hecho es un deber.
Usted ha dado todo a los pobres y es justo que
otro le ayude a usted cuando se encuentra
necesitada.
Desde entonces la esposa de Veglio, que se
llamaba María, viendo cómo Margarita consumía de
aquella manera sus bienes ((**It1.157**)) comenzó
a mandarle, con generosidad semejante a la de su
marido, ora una hemina de trigo, ora un saco de
maíz, ora provisiones de vino. Muchas veces le
decía: - Cuando no tenga para dar limosna, venga a
mi casa y tome cuanto necesite. Y, sobre todo,
cuando vaya a visitar enfermos, si ve que les
falta lo necesario, dígamelo en seguida y yo
proveeré. - Realmente Margarita era el ángel
consolador de los enfermos y de los moribundos en
la aldea; y a su lado siempre estaba Juan, pronto
a cualquier servicio y asistencia, y a correr
donde su madre le mandara, bien para llamar a un
vecino o pariente, bien para facilitarles
medicinas de hierbas, de las que había aprendido a
preparar algunas. Ellas les visitaba, les
socorría, les asistía, les servía, pasaba junto a
su lecho noches enteras, les preparaba para
recibir los santos sacramentos y, al acercarse la
agonía, no les abandonaba hasta que huberan
expirado. Como la parroquia se encontraba lejos y,
por tanto, era dificil que el sacerdote pudiera
llegar a tiempo para leer las oraciones de los
agonizantes, Margarita misma recomendaba el alma
al Señor y les sugería sentimientos tan
cristianos, tan oportunos
(**Es1.142**))
<Anterior: 1. 141><Siguiente: 1. 143>