((**Es1.141**)
que eran verdaderamente pobres. Su hijo Juan
recordaba con frecuencia que una noche de invierno
llegó un desgraciado pidiendo refugio. El campo
estaba cubierto de nieve y hielo; y el pobrecito
tenía los zapatos tan destrozados que se le salían
de los pies. Margarita carecía de calzado para
dárselo; pero por la mañana, cuando se iba a
marchar, le hizo sentar, le envolvió los pies en
un paño, luego ató por debajo las suelas de las
chancletas con unas cuerdas que siguió cruzando
por las piernas al estilo de los antiguos romanos.
Lo hizo con tal maestría que el pobrecillo pudo
caminar expeditamente sin pasar frío. Con razón
((**It1.155**)), pues,
podía decir al Señor esta santa mujer: <>. 1
En otra casita cerca de la de Margarita
habitaba un tal Cecco, el cual, por ser amigo de
la buena mesa y del poco trabajar, había llegado
a la extrema miseria. Vivía, pues, en gran
estrechez, y muchas veces pasaba hambre; pero no
se atrevía a pedir limosna, bien por vergüenza,
bien por temor a ser echado y recibir reproches,
por haber malgastado su patrimonio. El infeliz
estaba solo y rara vez salía de casa. Margarita,
compadecida de su condición, de cuando en cuando
se acercaba al portal de aquella casa y, por la
ventana de la planta baja, metía en la habitación
una cantidad de pan suficiente para varios días,
procurando no ser vista de nadie, para no humillar
a aquel desgraciado. Tras varios meses,
encontrándose casualmente con Cecco, éste con
lagrimas en los ojos le agradeció cuanto hacía y
Margarita se ofreció a proveerle también de un
pucherito con cierta frecuencia. Se pusieron de
acuerdo en el modo: ella, al anochecer, daría una
señal, riñendo en alta voz a alguno de sus hijos.
Efectivamente, llevaba con precaución un puchero
de sopa caliente al portal del vecino y, vuelta a
casa, como si estuviera enfadada, comenzaba a
gritar a Juan o a José. A tales gritos el vecino
abría la puerta, alargaba la mano y retiraba la
sopa.
Por mucho que digamos, jamás podremos alabar
bastante la generosidad
de esta mujer, cuya vida fue una continua obra de
caridad. Con todo, aun dando tanto a los demás,
siempre tuvo con qué hacer limosnas: parecía que
la Providencia ((**It1.156**)) se
cuidara por sí misma de no dejarle faltar lo
necesario, especialmente cuando se había privado
de todo.
Un día, Margarita se encontró sin pan en casa y
también le faltaba por completo harina. Mientras
pensaba cómo arreglárselas, llegó
//1 Job, XXX, 32.//
(**Es1.141**))
<Anterior: 1. 140><Siguiente: 1. 142>