((**Es1.140**)
Un día, un sargento mayor se quedó parado
apenas pisó la casa y, mirando alrededor, como
quien está en acecho, dijo en alta voz:
- Ahí hay alguien. - José se adelantó:
- Quién quiere que haya?
- Alguien escondido.
- Se equivoca. No ve que estamos aquí todos los
de la familia?
- íSin embargo, digo que hay alguien!
- Y yo repito que no veo a nadie. - Y contenía
a duras penas la risa. El sargento no llevó más
adelante sus investigaciones; sólo había querido
dar a entender que estaba al corriente.
Otra clase de personas solía acudir a casa de
Margarita: eran los
vendedores ambulantes. Como entonces no había
abundancia de caminos y hospederías, el que iba de
viaje para sus negocios se veía obligado a pasar
varias noches fuera de casa, y por lo tanto, debía
pedir hospitalidad a alguna familia que quisiera
aceptar semejante incomodidad. Y como la bondad de
Margarita era conocida por todo el territorio de
Morialdo, su casa se convertía en lugar de refugio
de todos los que buscaban un techo hospitalario.
- Margarita, tendría albergue?
- íCómo no!
- Y algo para cenar?
- Ya me arreglaré: algo encontraremos. ((**It1.154**))
Cuando la despensa estaba abastecida de lo
necesario, la cena quedaba pronto dispuesta; pero,
más de una vez, Margarita debía devanarse los
sesos para no dejar al huésped con el estómago
vacío. Juan era siempre el cocinero oficial en
estas ocasiones. Una de las veces tuvo que
comunicar a su madre que no había nada para la
cena del huésped. Margarita, sonriendo, se puso a
buscar hasta que encontró un pan de maíz. Después
de desmenuzarlo, lo echó en la olla; pero al
hervir, se hizo una masa tan insípida que no se
podía comer. Juan se la dió a probar a su madre,
la cual, sin perder su sonrisa afectuosa, fue al
establo, ordeño un poco de leche, la echó en la
olla y de este modo hizo un condimento que
convirtió en sabrosa la harina de maíz. De todos
modos, lo que hacía más agradable la caritativa
hospitalidad era su trato cortés y su amabilidad.
Por la
mañana, al marcharse el huésped no encontraba
palabras para agradecer
a la que constantemente se negaba a recibir nada
de recompensa y que se contentaba con decir: -
Atiendo a los amigos, no soy una posadera.
Si así se portaba Margarita con los que se
encontraban en una necesidad pasajera, se puede
calcular con qué ternura acogía a los
(**Es1.140**))
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