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cuales tenían la costumbre de encontrarse en casa
de Margarita para darse el parte, y allí se
detenían un buen rato para descansar de su
caminata. Apenas llegaban, y tras los primeros
saludos, preguntaban en seguida a Margarita por
sus hijos. - José y Juan, están bien? - Y llamaban
a José, hacia el que sentían gran simpatía. José
corría rápido a darles la ((**It1.152**))
bienvenida y les hacía mil preguntas, porque le
gustaba saber las noticias de la jornada, las
aventuras que les habían sucedido y las
circunstancias de los arrestos que habían tenido
que hacer. Los guardias, al verle tan despabilado,
de palabra tan fácil y, al mismo tiempo, tan
contento de encontrarse en su compañía, se
entretenían gustosos hablando con él. Con Juan no
tenían demasiada familiaridad, porque no le
agradaban las caricias, hablaba poco, no hacía
preguntas y escuchaba atentamente, aunque sin
hacer observaciones.
Pero lo curioso era que muchas veces, en
aquellos instantes, los
bandidos se encontraban separados de los guardias
tan sólo por una puerta o un tabique, o por una
ventana que en lugar de cristales tenía papeles y
así escuchaban toda la conversación de los que
tenían órdenes de llevarlos a la cárcel. Hasta se
dio el caso de un bandido sorprendido de improviso
en la estancia, sin poder refugiarse en otro
sitio. Los guardias se sentaban a veces a la mesa
sobr la cual estaban ya preparados la salvilla y
los vasos, y aguadaban a que Margarita les
obsequiase con una botella de vino, mientras el
bandido engullía en un rincón las últimas
cucharadas de sopa; sin embargo, aunque muchas
veces sabían quién estaba en aquel momento
escondido en la casa, disimulaban y nunca
intentaron el arresto, ya fuera porque sabían muy
bien que Margarita socorría con su caridad a
cualquier desventurado, sin acepción de personas y
sin segundas intenciones, ya fuera por no
comprometer a aquella buena familia con los
embrollos de los tribunales; por otra parte, no
resultaba cosa fácil echar la mano a hombres
desesperados, armados hasta los dientes y
prevenidos: antes de perder la libertad, habrían
entablado ciertamente una lucha terrible y tal vez
homicida: les interesaba, pues, esperar un momento
mas oportuno y favorable. Por circunstancias
imprevistas sucedió ((**It1.153**)) alguna
vez que, a la par que los guardias entraban por
una puerta, por otra entraban también los
bandidos, los cuales se retiraban
precipitadamente. Era imposible que los
hombres armados no se dieran cuenta entonces de
que había en la casa personas ajenas a la familia
y que habían corrido a esconderse; ordinariamente
le tocaba a José solventar el caso, mientras
cazador y presa estaban a pocos palmos de
distancia el uno de la otra.
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