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((**Es1.134**) la plaza de delante estaba atestada de hombres, cuya confusa bulla llegaba a los que ya estaban dentro, donde el deber religioso les llamaba. De repente suena una trompeta en la plaza. Nadie pudo frenar a los muchachos, que saltaron de los bancos y se precipitaron hacia la puerta de la iglesia. Tras ellos, salieron las niñas; y, finalmente, también las mujeres, hijas de la curiosidad. Al ver ésto, el pequeño Bosco corrió también a la plaza y, abriéndose paso entre la multitud, se plantó en primera fila. La presencia del muchacho, conocido por su destreza en los juegos, hizo que las miradas de todos se dirigieran hacia él. Con la cabeza y las manos le señalaban al titiritero, como para decirle que había encontrado un competidor. Juan, que no había salido de la iglesia por curiosidad, sino con un plan preconcebido, se adelantó hasta el centro del círculo y desafió al charlatán a demostrar quién de los dos era capaz de dar mejores muestras de habilidad. Miró el charlatán de arriba abajo al muchacho con aire de desprecio, pero los aplausos del pueblo a la propuesta ((**It1.147**)) de Juan le hicieron comprender que no sería honroso rechazar el desafío. Gritaban por todas partes: -íBravo! íEso es! íDemuestra tu habilidad! - De común acuerdo se convino no sé qué juego. -Aceptado, concluyó Juan; veamos las condiciones: éstas las propongo yo: si gana usted le daré un escudo; si gano yo, saldrá inmediatamente del término de este pueblo y no volverá a poner los pies en él, a la hora de las funciones de la iglesia. - La gente, ansiosa de un nuevo espectáculo, gritaba: -íSí, si! - Acepto, respondió el charlatán, seguro de su triunfo. Pero éste, al fin, fue de Juan, y el charlatán, recogiendo sus bártulos, tuvo que mantener la palabra y marcharse en seguida. Entonces Juan dijo a la gente: -íNosotros, a la iglesia! - y, él por delante, entraron todos en la casa de Dios. En otra ocasión, conversaba un forastero con chanzas poco decentes, en medio de un numeroso corro de hombres y niños, salpicando su charla con vocablos que sabían a blasfemia. Juan, apenado por aquél escándalo y viendo que no era posible hacer callar al uno y cortar las groseras risotadas de los otros, qué se le ocurrió hacer? Había en aquel lugar dos árboles poco distantes uno de otro: tomó una cuerda, anudó los dos extremos, lanzó cada uno de éstos a una rama de cada árbol, de modo que la cuerda quedara bien sujeta y no cediera. La operación fue cosa de un momento. La gente se dio cuenta de la hábil maniobra, dejó al maldiciente y rodeó a Juan. Dio un salto y se agarró a la cuerda; se sentó en ella; dejó caer la cabeza hacia el suelo, quedando colgado sólo por los pies; se puso derecho y comenzó a caminar de un lado para otro, como si ((**It1.148**)) anduviera (**Es1.134**))
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