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((**Es1.132**) tenía que hacer en la tierra. Esta propensión era también un signo de su vocación. Así, pues, en 1825 Juan empezó una especie de oratorio festivo haciendo cuanto era compatible con su edad y su instrucción. Y siguió haciéndolo durante varios años, de modo que con el crecer del caudal de conocimientos religiosos resultaban más fructuosas sus palabras. Para ellos ponía un cuidado singular en coleccionar las narraciones edificantes del catecismo, de los sermones, de las lecturas que hacía, con el fin de infundir en sus oyentes el amor a la virtud. Pero no eran sólo las narraciones, los juegos y el buen trato con lo que conquistaba los corazones de tantos jóvenes. Ya entonces debía transparentarse en su mirada, en su rostro, la pureza de su alma, como siempre se transparentó hasta sus últimos días. Encontrarse con él, estar a su lado producía un gozo, una paz, una dicha, una ansia de hacerse mejor, que no puede hallar explicación en un afecto meramente humano. Así lo experimentaron millares de muchachos y lo testificaron ((**It1.144**)) millares de sus cooperadores, quines, apenas le conocían, no sabían apartarse de él, ni podían olvidar la fascinación de atractivo tan sorprendente. La explicación nos la da el libro de la Sabiduría: -<<íOh, qué hermosa es la generación casta con gloria (por la victoria sobre las tentaciones)! La inmortalidad acompaña su recuerdo, Dios y los hombres la aprecian igualmente; presente, la imitan; ausente, la añoran; en la eternidad, ceñida de una corona, celebra su triunfo porque venció en la lucha por premios incorruptibles>>. 1 Pero que el campo de acción, destinado por la Providencia al hijo pequeño de Margarita, había de ser más extenso de lo que pudiera pensarse en un principio, quedó bien patente desde entonces por varias circunstancias en las que parece imposible que un niño pudiera demostrar tanta seguridad en su obrar. Valgan, entre otros, los hechos siguientes. Tenía unos once o doce años cuando, con motivo de una fiesta, hubo baile público en la plaza de Morialdo. Era la hora de las funciones religiosas de la tarde y Juan, deseando que cesase aquel escándalo, se dirigió a la plaza y, mezclado entre la gente, en parte conocidos suyos, trataba de persuadirles a que dejaran el baile y entraran en la iglesia a las vísperas. -íMira por dónde un chiquillo, casi un crío, viene a imponernos leyes! -decía uno. - Quién te ha dado el simpático encargo de venir a predicarnos y hacer de padre espiritual? -replicaba otro. //1 Sab., IV, 1-2.// (**Es1.132**))
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