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en el aire haciéndole girar rápidamente hasta que
llegaba junto a un árbol, contra el cual lo
golpeaba hasta hacerle saltar la cabeza.
Otra observación, a la que vamos a responder
con palabras del mismo don Bosco: <>.
De este modo Margarita, con su buen criterio y
mucho más con la intuición natural de un alma que
vive de amor de dios, favorecía en su hijo Juan,
sin saber por qué, el desarrollo de la vocación
extraordinaria a la que Dios le llamaba para los
tiempos nuevos que se estaban preparando. La
virtud, efectivamente, no encontraba obstáculos en
la madre, la cual, sabedora de lo mucho que
importa que los niños crezcan en la humildad,
jamás daba muestras de admiración por las hazañas
de su hijo, nunca le alababa en su presencia, sino
que rogaba al Señor por él, igual que hacía por
sus otros hijos. Ella observaba, cllaba y pensaba.
Efectivamente, un chiquillo, un pequeño campesino
que, a los diez años, se impone a chicos mayores
que él, que habla en público con desenvoltura, que
se adiestra para hacer lo que agrada a la
multitud, para olbigarla a rezar y a escuchar la
repetición de un sermón, no es cosa que se vea con
mucha frecuencia. ((**It1.143**))
Un día, mientras Juan tenía ya tendida la
cuerda para comenzar sus juegos ante la gente
reunida en el prado de su casa, le contemplaba su
madre pensativa y casi sin respirar. Cuando he
aquí que llegó Catalina Agagliati y la saludó: -
íHola, Margarita! - Margarita, como despertando de
un sueño, se dirigió a la recién llegada y, en voz
baja, pero ardorosamente le preguntó: - Qué
piensas será de mi hijo? - Y la otra: -
íCiertamente está destinado a hacer gran ruido en
el mundo!
Juan gozaba lo indecible en aquellas reuniones
dominicales; el
designio de vivir siempre en medio de los jóvenes,
reunirles, enseñarles
el catecismo, ardía en su mente desde la edad de
apenas cinco años. Constituía su más vivo deseo y
le parecía que era lo único que
(**Es1.131**))
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