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En el buen tiempo, en los días festivos, sobre
todo, se reunían los
del vecindario y no pocos forasteros. Y no sólo
acudían los chavales, sino también los adultos y
los ancianos. En estos casos la cosa tomaba
un cariz más serio. Juan entretenía a todos con
algúnn juego de los que habían aprendido de los
charlatanes en las ferias.
Había en I Becchi un prado, donde crecían
entonces algunos árboles,
entre ellos un peral. Ataba Juan a este árbol una
cuerda y la anudaba a otro a cierta distancia;
finalmente, ponía una silla y extendía una
alfombra en el suelo para dar los saltos. Cuando
todo estaba preparado en medio del círculo formado
por la gente y el público ansioso por ver
novedades, Juan invitaba a todos a rezar la
tercera parte del rosario, tras la cual se cantaba
una letrilla religiosa. Acabado esto, subía a la
silla y decía: - Ahora escuchad el sermón que
predicó esta mañana el capellán de Morialdo.
Algunos daban señales de impaciencia, otros
refunfuñaban por lo bajo diciendo que no tenían
ganas de sermones, otros se disponían a marcharse
durante el tiempo del sermón. Juan, subido a la
silla, era como un rey sobre su trono y mandaba
con tal resolución que hasta los viejos de setenta
años se sentían movidos a obedecer. - íAh! os
váis? - gritaba a los impacientes; idos en buena
hora, pero recordar que, si volveís cuando esté
haciendo los juegos, os echaré y os aseguro que no
pondréis nunca los pies en mi prado. - Ante la
amenaza, todos se conformaban y permanecían
inmóviles y atentos a sus palabras. Entonces él
empezaba la plática, o mejor dicho repetía cuanto
recordaba ((**It1.140**)) de la
explicación del Evangelio oído por la mañana en la
iglesia, o bien contaba hechos y ejemplos leídos
en algún libro. De vez en cuando los oyentes
prorrumpían en exclamaciones como esta: - íQué
bien habla! íCuánto sabe! - Y todos
quedaban contentos. Acabada la plática, hacía una
breve oración y en seguida daba comienzo a los
juegos. El predicador se convertía en un
saltimbanqui de profesión. Hacer la golondrina,
ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en
el suelo y los pies en alto, echarse a
continuación al hombro las alforjas y tragarse
unas monedas para después sacarlas de la punta de
la nariz de éste o del otro espectador,
multiplicar pelotas y huevos, cambiar el agua en
vino, matar un pollo para hacerle resucitar y
cantar mejor que antes, eran juegos de todos los
días. Andaba sobre la cuerda como por un sendero;
saltaba, bailaba, se colgaba ora de un pie ora de
los dos, ya con las dos manos ya con una sola. Su
hermano Antonio también acudía a ver los juegos,
pero nunca se ponía en las primeras filas, sino
que se escondía tras un árbol o una pilastra, de
modo que su
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