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entre los compañeros: -íJuan ha dicho así o asá!
para que la palabra de Juan fuera sentencia
definitiva.
Pero lo que reunía a los niños alrededor de
Juanito y les arrebataba
hasta la locura eran las anécdotas e historias que
les contaba. Los ejemplos que oía en los sermones
o en el catecismo y la lectura de libros como Los
Pares de Francia, Guerino Meschino, Bertoldo y
Bertoldino, le prestaban argumentos. De hecho,
leía cuantos libros caían en sus manos, pero sólo
éstos y no otros podía encontrar en las casas de
los campesinos. A veces se servía de leyendas aún
más extrañas, como la del que oía crecer la hierba
a diez millas de distancia. De las anécdotas y las
fábulas sabía sacar siempre la moraleja
conveniente. Tan pronto le veían sus compañeros,
corrían en tropel para que les contase algo,
((**It1.138**)) él que
apenas entendía lo que veía. A ellos se unían
algunas personas mayores: y sucedía que, a veces,
yendo o viniendo de Castelnuovo, y otras, en un
campo o en un pradillo, se veía rodeado de
centenares de personas que acudían a escuchar a un
pobre chiquillo el cual, salvo un poquito de
memoria, estaba en ayunas de toda ciencia, por más
que entre ellos pasase por un doctor. El mismo
nota en sus memorias a este propósito: - In regno
caocorum monoculus rex (En el país de los ciegos,
el tuerto es rey). - A veces mientras estaba en
medio de los chicos como su capitán y cabecilla,
la gente de las aldeas que pasaba por el camino se
detenía como embobada, contemplando a aquel
chiquillo tan seguro de sí mismo y al que los
demás profesaban tanto respeto, y preguntaba:
-Quién es ese? - Y al respuesta era: - íEs el hijo
de Margarita!
Durante la estación invernal le reclamaban en
los establos para que les contara historietas.
Allí se reunía gente de toda edad y condición, y
todos disfrutaban escuchando inmóviles durante
cinco o seis horas la lectura de Los Pares de
Francia, que el muchacho hacía de pie sobre un
banco, para que todos le vieran y oyeran. Y como
se decía que iban a escuchar un sermón, empezaba y
terminaba las narraciones con la señal de la cruz
y el rezo del avemaría. Era el año 1826. Una de
las vecinas, Catalina Agagliati, era tan asidua en
ir a escuchar al pequeño orador que, apenas se
enteraba del lugar y la hora en que él habría de
hacer su reunión, dejaba toda ocupación para
acudir allá. Un día, como fuera de por sí por la
maravilla de las cosas que había oído, decía a
mamá Margarita: - El Señor ayudará a su hijo para
que llegue a ser un hombre importante. Sería una
lástima que tanto saber se quedara sin aprovechar.
((**It1.139**)) - Y
Margarita respondía: - íSea lo que Dios quiera!
(**Es1.128**))
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