((**Es1.125**)
- No tenga miedo de hacerme daño, insistió el
médico. Apriete bien. - Don Bosco condescendió y
apretó la mano que le ofrecía el médico, el cual
aguantó unos instantes mirando con ojos llorosos a
su enfermo, constatando en él una fuerza que no
podía sospechar; pero, al fin, dio un grito: el
apretón de don Bosco le había hecho casi brotar
sangre de la punta de los dedos. Entonces sacó el
manómetro, círculo metálico graduado para medir
las fuerzas del hombre, y se lo dio a don Bosco.
- Mire, doctor, dijo don Bosco; si yo oprimo
ese aparato entre mis manos, se lo hago pedazos.
- Por mucha fuerza que tenga, no logrará romper
este aro de acero. ((**It1.135**)) - Está
bien; haga usted antes la comprobación de su
fuerza. - El médico apretó con la mano derecha el
manómetro, con todas sus fuerzas: llegó a 45
grados. - Ahora, dijo don Bosco, déselo a ese
sacerdote que me asiste. - D.J.B. 1 tomó el
instrumento, lo apretó y marcó 43 grados. - íAhora
usted!, añadió el médico. Don Bosco lo apretó y el
manómetro marcó 60 grados, el máximo de la escala;
pero se daba cuenta de que su fuerza superaba los
grados que podía señalar el aparato. El doctor
afirmó que no recordaba haber asistido nunca a
enfermos que, después de una larga enfermedad,
tuvieran tanta fuerza física. Don Bosco empleó
poquísimas veces tanta energía, sólo por necesidad
o por algún buen fin o para complacer a sus amigos
durante el recreo; pero nunca para defenderse. Lo
admirable es que lo hacía sin esfuerzo, con su
serenidad habitual, siempre guardando la
compostura de su persona, sin jactancia, como si
se
tratara de la cosa más natural del mundo. Nosotros
le veremos gastar
poco a poco la robustez de su cuerpo en un
holocausto continuo por la gloria de Dios y el
bien de su prójimo.
//1 D.J.B. Se trata de don Joaquín Berto, como
se lee en el volumen XVII de estas mismas Memorias
Biográficas, en la página 205 de la edición
italiana. (N. del T.) //
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