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pero no tuvo tiempo de abrir las mandíbulas. Don
Bosco, con una sola mano, le apretó las fauces con
tanta fuerza, que el caballo, por mucho que
sacudía la cabeza, no pudo liberarse. Se
encabritó, se puso furioso, daba coces, pero don
Bosco lo mantuvo apretado con su mano como con
unas tenazas. Todos estaban asustados y
maravillados con tanta fuerza. Mientras tanto, don
Bosco dijoa al cochero y a uno de los mozos de
caballos que tomaran una cuerda, hicieran un lazo
y ataran las patas traseras del animal. Así lo
hicieron y cuando el caballo estuvo bien trabado,
él se fué retirando poco a poco y dejando libres
las mnadíbulas del animal apenas se vio a la
distancia necesaria para no ser mordido. Al subir
al coche, todos preguntaban: - Quién es este
sacerdote con tanta fuerza?
Algún año más tarde, encontrándose en casa del
profesor don Mateo Picco, llegaron unos obreros
con un piano, embalado en un cajón, precintado con
llantas de hierro bien ajustadas. Don Picco, que
tenía ganas de ver en seguida la compra que había
hecho, estaba apurado buscando en vano un
martillo, las tenazas u otra herramienta para
abrir el cajón. Don Bosco examinó las llantas y
metió los dedos en la unión de los dos extremos de
una de ellas. Pronto cedieron y se soltaron; así
fue haciendo con las demás y con las tablas, que
estaban bien sujetas con largas puntas. Ante el
crujir de la caja, ante aquel destrozo, ante la
rapidez de la operación, don Picco miraba
asombrado a don Bosco sin pronunciar palabra.
Cuando en 1883 estuvo en París, fue invitado a
comer por una ilustre familia y presentaron en la
mesa unas nueces ((**It1.134**)) de
cáscara durísima. Los convidados esperaban a que
les llevaran los cascanueces. Don Bosco, que tenía
cerca la fuente de las nueces, sin dejar de
conversar con sus vecinos, tomó algunas y fue
partiéndolas solamente con los dedos,
distribuyéndolas entre los comensales, que
disfrutaban sintiéndose felices, al verse servidos
por un hombre hacia el que sentían tanta
veneración. Al principio creyeron que tenía en las
manos un cascanueces, pero al descubrir que
empleaba sólo los dedos, exclamaron maravillados:
- íRompe cáscaras tan duras, gracias a la
bendición de Maria Auxiliadora! - En el año 1884,
cuando ya contaba 69 años, estando enfermo en
cama, gastado por los muchos trabajos
sobrellevados en su vida, el doctor que le atendía
quiso ver hasta dónde llegaban sus fuerzas. Llevó
un manómetro y, antes de presentárselo, le dijo: -
Don Bosco, apriéteme la muñeca con todas sus
fuerzas.
- Señor doctor, respondió don Bosco; usted no
conoce mi fuerza.
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