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pues, quiso saber qué sucedía allí; vió dos
enormes mastines que, entre aullidos, se peleaban
y mordían con furia. La gente tenía miedo y no se
atrevía a avanzar. Don Bosco se adelantó. Uno de
los perros retrocedió hacia la puerta y pasó el
umbral, para lanzarse con más fuerza sobre el
contendiente. Don Bosco dijo a un mozo:
- Cierra rápido la puerta; que no salga el
perro: del otro me encargo yo.
- Le puede morder, respondió el mozo.
- No, no; replicó don Bosco; haz lo que te
digo. - Y el mozo encerró
uno de los perros en el patio, mientras don Bosco,
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al otro por el lomo y por el pescuezo, lo levantó
en el aire y lo sostuvo así un buen rato hasta
atontarlo, mientras el animal se debatía y aullaba
rabiosamente. Los espectadores, maravillados de
este atrevimiento, temían que el perro, una vez
puesto en libertad, se arrojara furioso contra la
gente; pero don Bosco lo dejó en tierra, lo llevó
sujeto por el pescuezo hasta el medio de la plaza
de Milán, cerca del puente y, dándole un fuerte
manotazo en las ancas, lo dejó libre. El pobre
animal lanzó un fuerte aullido y, huyendo de la
gente con miedo, se alejó cojeando y respirando
con dificultad. El golpe le había dejado sin
fuerzas. Detrás de don Bosco se encontraba el
canónigo Zappata, que se le acercó y le dijo: - No
le parece un acto poco digno de un sacerdote?
- Querido amigo, respondió don Bosco
humildenmente, la necesidad pedía que alguien
acabara con aquella pelea; nadie se movía y lo
hice yo.
Era el año 1846, o acaso el 1847: se dirigía
don Bosco a Biella para predicar unso Ejercicios
Espirituales. Se había propuesto acercarse, en los
viajes, a cocheros y mozos de mulas, para darles
alguna noción de catecismo y reconciliarles con
Dios por medio del sacramento de la Penitencia.
Pero, para ganarse su amistad, creyó oportuno dar
a conocer su fuerza material, que para mucha gente
ruda e ignorante constituye el primer valor de una
persona: la admiración le habría atraído la
estima. Ya veremos con cuánto fruto ejercitó con
ellos su misión salvadora. Pues bien, mientras se
encontraba en Santhiá, esperando a que prepararan
la diligencia, apoyado contra la pared de la
posada y cerca de los caballos que estaban
cambiando, el cochero le advirtió varias veces que
se apartase, porque había un caballo que mordía a
quien ((**It1.133**)) se le
acercaba sin precauciones. Acababa de responder
don Bosco: - No tenga miedo; no me morderá, -
cuando he aquí que el susodicho caballo se
adelantó, se acercó a don Bosco y lo dejó sin
salida contra la pared. El caballo intentó
morderle,
(**Es1.123**))
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