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bras del sueño fueron una gracia. Sus miembros
eran más bien de
complexión débil; la estatura, normal; estrecho de
hombros; sus manos,
pequeñas, delicadas y suaves. Sin embargo, su
fuerza muscular no tardó en manifestarse
verdaderamente prodigiosa e iba desarrollándose
con sus ejercicios de gimnasia y con los diversos
trabajos domésticos.
Trituraba con los dientes el hueso de los
melocotones y albaricoques,
por duro que fuera. Cascaba nueces, avellanas y
almendras sólo con los dedos pulgar e índice de la
mano derecha o de la izquierda. Hacia pedazos sin
gran esfuerzo las varillas de hierrro, que
comúnmente se usan como balaustres en los
balcones. Cuando ponía en fila a los muchachos
para enseñarles gimnasia, si alguno se salía de
sus sitio, él, sonriendo lo levantaba con una sola
mano por el brazo y lo colocaba al final del
grupo.
No parezca extraño que anticipemos la narración
de algunos episodios
posteriores; porque, siguiendo el orden
cronológico, nos ((**It1.131**))
resultaría embarazoso e interrumpiría el hilo de
nuestra historia en sus momentos más solemnes. En
Chieri se sirvió de esta fuerza para deshacerse de
quienes le querían obligar a juegos que no le
cuadraban. Cuando cursaba retórica, un día, al
dirigirse a su sitio de clase, cuatro compañeros
se echaron sobre él, uno tras otro. Juan aguantó;
pero cuando tuvo a los cuatro colgados sobre sus
hombros, agarró por los brazos al que estaba
encima de todos y los apretó de tal modo que los
que estaban debajo quedaron sujetados; se levantó
después y los condujo al patio, en presencia de
los profesores que reían de buena gana, mientras
ellos gritaban pidiendo clemencia: finalmente, con
la mayor facilidad, los llevó de nuevo a la clase.
Desde entonces ya no se atrevieron a importunarle
más. En aquella edad era capaz de llevar a cuestas
sin dificultad veinte rubios 1.
Siendo ya sacerdote y durante los primeros años
de su estancia en Turín, sucedió que, yendo por
los soportales de la feria, se topó con un grupo
de personas junto a la puerta de un almacén.
Conocía él en la plaza a comerciantes, faquines, a
las pandillas de pilluelos que por allí se
congregaban, de modo que se sentía como en su casa
y entre amigos. Teniendo en cuenta esto y la
condición de aquellos tiempos, no hay que
extrañarse de lo que vamos a contar. Don Bosco,
//1 Rubio: medida de peso, variable según los
lugares. En la obrita <> escrita por don Bosco, en 1849, él
mismo establece la comparación entre las medidas
antiguas y las decimales. Según él, un rubio
equivalía a 9.222 gramos. La obra puede verse en
Opere Edite, de don Bosco, vol. IV, pág. 39. Según
estos datos, el peso que, según Lemoyne, era capaz
de llevar don Bosco serían unos 185 Kg. (N. del
T.)//
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